Por Ana María Buitrón

Con 350km de playa y con la superficie más extensa del litoral, la provincia de Manabí se delinea al ritmo de acantilados, desembocaduras, estuarios, islotes, islas, lajas y rocas que componen los mejores paisajes de Ecuador.

Recorrer sus playas es el atractivo primordial de nuestro viaje, donde es imposible no disfrutar de la gastronomía y sentirse increíblemente acogido por la calidez de su clima y de su gente.

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El Gobierno de Manabí nos invitó a conocer la zona norte de la provincia y nos presentó los principales atractivos para la temporada 2016. El viaje es espectacular; el mar va de nuestra mano, bordeando toda la ruta que nos sorprende con los infinitos verdores de la vegetación y mosaicos de azules por las profundidades del mar. Parecería que la brisa que entra por las ventanas de nuestro medio de transporte se llevara todas las preocupaciones, y nos dejara la frescura púrpura y anaranjada de los atardeceres.

En esta ocasión nos sumergimos en los cantones de Pedernales, Jama y San Vicente, todos vecinos, con costumbres parecidas pero encantos distintos. Vamos a internarnos en sus playas y atracciones imperdibles.

Pedernales

Su mayor atractivo son las playas extensas de aguas serenas, decoradas con palmeras y espesa vegetación, ideal para excursiones y turismo de aventura. Su gastronomía tiene especialidades en camarón, concha, cangrejo y guariche.
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Fue asentamiento de la cultura Jama-Coaque de la cual se conservan importantes vestigios cerámicos, y para nuestra sorpresa, podemos sentirnos un tanto conquistadores al recorrer las playas y encontrar, en la orilla o incrustados en las paredes de sus montañas, algunos residuos de esta cultura.

Este cantón es también atractivo porque está atravesado por la Línea Ecuatorial, y por este motivo fue protagonista de un acontecimiento turístico importante: en 1736 recibió a la Misión Geodésica, comandada por Charles Marie de La Condamine, grupo de expertos que en Punta Palmar consideraron el primer hito para la medición del arco que determinaría la forma de la tierra.

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Pedernales tiene un suelo accidentado con grandes pendientes que permiten una vista panorámica espectacular, de las mejores de la costa ecuatoriana, y con partes altas de bosques madereros.

Es en esta impresionante geografía que llegamos a Punta Prieta Guest House, un hotel que impresiona con su visión panorámica, la cual se puede volver alucinante desde lo alto de un faro al que ascienden quienes no tienen miedo a las alturas y quieren vivir nuevas emociones. Es posible contemplar este paisaje porque el hotel está asentado sobre una punta natural, de roca volcánica, elevada sobre 25 metros. Así, las habitaciones están diseñadas con ventanales que regalan la sensación de volar sobre el mar.

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Alonso Ordóñez, dueño y constructor del hotel, nos cuenta que le tomó 22 años culminar toda la infraestructura de Punta Prieta, la cual está diseñada con materiales mixtos como madera de la montaña y hormigón; erigida al ritmo de la topografía, y de tal forma que no impacta en el ecosistema que preserva árboles de más de 200 años. La decoración es sencilla y muy cálida que se armoniza con toques rústicos.

La gastronomía de Punta Prieta acompaña perfectamente el viaje, los sabores preparados por Lina Chila, encargada de la cocina, invitan para que saboreemos sus platos estrella: langostinos en salsa de camarón, que cierran la tarde con un delicioso flan de coco.

Antes de partir nos despedimos del paisaje, donde el entorno natural regala un espectáculo de un mar profundo y una playa ideal para largas caminatas y grandes conversaciones.

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Jama

Nos sobrecogió su paisaje tranquilo de playas profundas que parecen nunca terminar. Llegamos a Jama con el sol de medio día, nos instalamos en Bellavista, una playa pacífica, amplia, muy limpia y segura. La naturaleza decora su orilla con conchas de todos los colores y formas. El agua del mar es tibia, tan acogedora que todos los invitados nos sumergimos en las olas, o caminamos gran parte de sus 5km acompañados de algunos de los perros de los pescadores que parecían cuidar nuestros pasos.

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Bellavista es una playa de pescadores, son aproximadamente 20 personas que viven al filo del mar en pequeñas casas. Diariamente esperan que sean las 5am para salir a trabajar y a su regreso vender la pesca de langostinos, corvinas y róbalos, entre otras especies. Su pesca alimenta a los lugareños y a los turistas, que están ávidos por deleitarse con las recetas especiales que preparan los hoteles de esta playa.

La Hostería Camare nos acogió entre sus árboles frutales, nos recibió con un refrescante coctel y un emotivo baile a cargo del grupo de danza Folclórica Sol de Oro. Al son de la canción “Amorfino de la Magdalena”, y con el movimiento armónico de sus cuerpos y vestidos verde, naranja y azul, rescatan las tradiciones montubias y encantan a los asistentes.

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El almuerzo lo disfrutamos en Samvara Eco-Lodge, saboreamos sus especiales langostinos en salsa de vino, y mitigamos el calor con la variedad de jugos en base a las frutas de temporada. La música tradicional siempre amenizó nuestro viaje, en esta ocasión nos acompañaron las letras de Julio Jaramillo.

Jama tiene un aire mágico que envuelve sus playas y bosques tropicales semi-húmedos; recomendamos esta parada encantadora, tan agradable que es difícil despedirse.

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San Vicente

Es el cantón más joven de la provincia de Manabí. Sus más de 40km de playa se han convertido en el principal atractivo turístico, sumado a la tranquilidad de sus aguas y las opciones de diversión con deportes acuáticos. Su infraestructura se mimetiza con el ambiente al estar diseñada con materiales rústicos y típicos de la zona.

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Recibimos la noche en la parroquia de Canoa, conocida por las fiestas que se disfrutan al aire libre, y por el ambiente festivo que se genera entre visitantes nacionales y de todas partes del mundo. El hotel Canoa Beach nos abrió sus puertas con un evento cultural lleno de música y sabores tradicionales. Nos hospedamos en sus habitaciones acogedoras, con amplios balcones, ideales para descansar junto con la brisa del mar.

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La mañana siguiente caminamos por la playa y respiramos el aire de las primeras horas del día, cuando la costa está serena y su luz es tenue. El recorrido debe continuar, guardamos nuestras maletas y volvimos a la ruta donde el mar bordea la carretera y nos ofrenda los mejores paisajes.

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Llegamos a nuestra parada final, Briseño. Es una playa muy tranquila, con poca contaminación. Tiene alrededor de 250 habitantes, muchos de los cuales se dedican a la pesca y trabajos de agricultura. En medio de esta calma nos sentamos a contemplar el mar y saboreamos uno de los mejores ceviches de nuestro viaje.

Jorge Risco, dueño de un pequeño restaurante al filo del mar, llamado Cangrejo Azul, preparó con minuciosidad este manjar que cerró de la mejor manera nuestro recorrido.

Manabí nos sorprendió, esperamos regresar pronto para sentir sus días soleados y llenos de colores, que nos recuerdan lo mucho que tenemos por descubrir y la gran responsabilidad de conservar los encantos de las costas de Ecuador.

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