VIVIENDO EN LIBERTAD 

-Por Lorena Ballesteros-

La historia de Gustavo Moscoso Ferrando es tan fantástica, como si hubiera salido de una novela de realismo mágico. Dicen que siempre fue curioso, inquieto y hambriento de vida, tanto que no llegó a nacer al hospital. Su mamá May Ferrando, dio a luz en casa, y su hija May Moscoso Ferrando fue quién lo recibió. Un lazo que los unió especialmente, pues se forjó un estrecho vínculo entre ambos hermanos.  

May Ferrando, chilena aficionada a la costura llegó a Cuenca tras contraer matrimonio con Ernesto Moscoso Fuentes, comerciante de telas. El abuelo de Gustavo, Ernesto Moscoso Iturralde, había comprado previamente el almacén de textiles Briz Sánchez, que seguramente será una marca que sacuda la memoria de varios de nuestros lectores que han vivido por años en Guayaquil o Cuenca.  

Así, los Moscoso se fraguaron nombre y respeto entre la tradicional sociedad cuencana. Con sus tejidos nacionales vistieron a centenas de damas y caballeros muy apegados al estilo clásico de la época. Por su parte, los padres de Gustavo comenzaron a destacar por su insignia de elegancia, propia de dos personas que estaban a la vanguardia de la moda.  

Pero, la madre de Gustavo, como toda mujer proveniente de una gran metrópoli, se aburría en la ciudad chica. Para matar las horas de aburrimiento se refugió en una Singer que había recibido como regalo de bodas. Y con esa máquina comenzó a coser y coser para sus hijas, y también para su varón, Gustavo.  

Imposible que entre hilos y texturas alguno de sus descendientes no se rindiera ante la misma afición de los padres. Gustavo, desde que tuvo uso de razón, sintió una necesidad imperiosa de crear. Quizá el traca- traca que emitía la Singer de su madre le marcó el ritmo a su pasión.  

Nunca estaba quieto. Así como decidió nacer antes de tiempo, su olfato y curiosidad por conocer el mundo nunca lo abandonaron. Esos instintos lo llevaron a explorar, pero, sobre todo, a determinar su propia identidad. Desde su preadolescencia ya destacaba “del montón”. Sus amigos vestían los clásicos blue jeans y alguna camiseta de algodón. Él usaba pantalón de gabardina y camisa. Su look siempre ha sido impecable y disruptivo para su entorno. Si a eso le sumamos su penetrante mirada felina, su porte, y su cabello rizado, comprendemos por qué Gustavo puede atraer todas las miradas de cualquier lugar al que vaya.  

Pero, volviendo atrás en su vida, es importante aterrizar en un suceso que cambió o determinó el rumbo de su destino. A sus 19 años, su padre falleció repentinamente. La pérdida de un progenitor para un chico que está llegando a su adultez no es fácil de concebir. Se convirtió en un soporte emocional para su madre y sus dos hermanas; además, se hizo cargo del negocio familiar. Con una mirada más fresca comenzó a importar telas extranjeras, algo para lo que no estaba preparado el mercado cuencano, que no se convencía de dar el salto a la moda internacional.  

Para convencer, o quizá para demostrar que su intento era acertado, Gustavo confeccionó una colección con esas telas. Quizá ese fue el punto de partida para su trayectoria como diseñador. ¡Ojo! nunca estudió para ello. Es autodidacta, guiado por la experiencia que adquirió de su madre, su padre, y de su gusto impecable. Como él mismo asegura: “mi única carrera es la libertad”. Y ese ha sido su lema: vivir libremente a pesar de las cadenas, de los prejuicios o de las derrotas que haya podido tener. Siempre se levanta, y cuando lo hace, se pone de pie como un valiente guerrero.  

Gustavo reflexiona sobre la libertad. Cree que a mucha gente le aborrece la libertad ajena. Con el tiempo se ha frotado una capa de aceite en el cuerpo, y el qué dirán ha comenzado a resbalarle sin tocar ninguna de sus fibras. Antes no era así. Su ímpetu por agradar a las personas le hacía vivir con miedo. Pero el miedo se transformó en algo más profundo. “Es bueno tener miedo, porque hay un miedo que se debe al riesgo. A mi me gusta arriesgar, temo al fracaso o a no haber arriesgado lo suficiente”. Es adicto al riesgo, a la adrenalina.  

Esa forma de vivir, asumiendo riesgos, le ha llevado a cumplir sueños. El sueño de crear. De expresar mediante sus diseños. De ser disruptivo. De haber captado la atención de un público que tenía ansia de identidad, de elegancia y estilo. Su marca personal se fue forjando desde 2001, cuando lanzó una primera colección bajo la denominación ENVI. Hacia 2004 consolida GM Gustavo Moscoso, que actualmente es un referente de moda masculina en Ecuador y otras ciudades del mundo. Sus colecciones han desfilado por las pasarelas de Buenos Aires, Panamá, Cancún, Nueva York, Lima, París.  

Su tienda principal está en Guayaquil, en Plaza Lagos, en donde se encuentran la mayoría de sus clientes. También atiende, previa cita, en Quito y Cuenca. Pero su moda no se limita a las fronteras ecuatorianas. Sus diseños han tenido vitrina en Flying Solo, una galería en Nueva York, que, hasta antes de la pandemia, mostraba las prendas de 70 diseñadores independientes. Allá en la Gran Manzana, Gustavo ha consolidado una clientela fiel que se identifica con el GM style.  

Quién se imaginaría que aquel bebé que salió apresurado de la barriga de su madre llegaría a consolidar un imperio, a convertirse en un príncipe de la moda, sin nada que envidiar a los grandes diseñadores europeos y estadounidenses.  

Diseñador, restaurador y decorador 

Y como todo príncipe necesita un palacio, Gustavo tiene el suyo: GM Palace en Cuenca, donde se dio esta entrevista, precisamente en la ciudad donde esta historia comenzó.  

Para ponerlo en contexto debemos retroceder a 1995, año en que su padre Ernesto Moscoso compró el predio que perteneció al poeta Ernesto López Diez. Esta casa tenía la denominación de Palacio de Cristal, y había sido concebida con un estilo francés propio de inicios del siglo XX. Las intenciones de Ernesto Moscoso fueron la de restaurar el palacio y devolverle el alma que algún día tuvo. Sin embargo, tras su muerte, la casa estuvo cerrada por 15 años.  

Gustavo y su hermana May discutían sobre la necesidad de continuar con ese sueño que tuvo su padre. Lastimosamente, cuando lo hacían, el tema del dinero y del tiempo siempre se interponía en sus planes. Como bien dice Gustavo: “nunca será el momento perfecto para tener un hijo o construir una casa”. Y él no quería que se le fuera vida encontrando ese momento.  

Sin dejar que pase más tiempo, finalmente Gustavo y May, quien había estudiado diseño y tenía experiencia en restauración de antigüedades, se pusieron manos a la obra. Se apoyaron en una arquitecta con trayectoria en restauración (DEBERÍAMOS PONER EL NOMBRE DE LA ARQUITECTA O DE LA FIRMA). Su objetivo era claro, mantener ciertos elementos arquitectónicos como el platón francés y conservar los murales pintados a mano. Además, conservar ese estilo de palacete de la época en que fue construido. Sin embargo, en la decoración interior se permitieron hacer cambios, mezclar estilos y concebir una nueva identidad. De esa manera cumplieron con el precepto de respetar el pasado con conocimiento del presente.  

Reutilizaron muebles. En el salón principal se mantuvo todo intacto. Incluso se puede apreciar el retrato de su abuelo, las paredes pintadas a mano, que dan un aire de antigüedad. Esta casa guarda el corazón de los Moscoso. Trajeron piezas del almacén de su padre y tres lámparas de araña de la casa de su mamá, que, al juntarlas, generan un agradable impacto visual. El piso está forrado de alfombra francesa que obtuvieron en un anticuario. Los sofás, las butacas de cuero y otros muebles fueron elaborados a mano por artesanos cuencanos. Y el estilo ecléctico de Gustavo no puede faltar. Se expresa en piezas que marcan su tendencia, como las sillas de Louis Ghost de Kartell o el comedor elaborado de espejo.  

Cuando el palacio estuvo listo comenzaron a analizar su destino. En un inicio May  quiso que fuera un bar para personas mayores de 50 o 60 años. Un espacio con buena música, tal vez algo de jazz. Un buen ambiente para que las personas cercanas a la tercera edad pudieran rejuvenecer y aprovechar la noche cuencana. Sin embargo, rápidamente entendieron que Cuenca no estaba lista para una propuesta como aquella.  

La siguiente sugerencia fue que se convirtiera en el estudio de diseño de GM, con oficinas y espacios para recibir a los clientes. El proyecto no se materializó de esa manera porque la cartera de clientes más grande que tiene Gustavo está en Guayaquil, otro tanto en Quito y un gran porcentaje fuera del país.  

Finalmente, GM Palace se concibió como el hogar de la familia. El espacio en donde Gustavo pasa las noches cuando se encuentra en Cuenca. Un lugar para compartir con May y con su madre. Es también un lugar de hospedaje para clientes, amigos o turistas que buscan una experiencia única en la ciudad, y un espacio lúdico para eventos culturales y artísticos. Para los Moscoso es importante contribuir en ese ámbito.  

Ahora que han transcurrido 20 años desde que la carrera de Gustavo despegó, se percibe su madurez profesional y personal. Ese niño inquieto y curioso sigue viviendo en él. Pero se ha transformado en un hombre arriesgado, irreverente, atrevido y desafiante en materia de moda y tendencias. Como dice su hermana “le gusta sentirse incómodo” porque en la adversidad, en los desafíos, encuentra su mejor ser. Sin miedos y sin ataduras, Gustavo sigue su camino de libertad.