Mónica Zurita
SAMBORONDÓN

Por: Irene Ycaza Arteta
Mayo – Junio, 2014

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Entrar en casa de Mónica Zurita es como adentrarse en un palacio italiano del Siglo XVII o XVIII. Un exótico aire de elegancia se percibe desde la puerta de ingreso, que nos envuelve y transporta imaginariamente a aquellas épocas de distinción y glamour.

Sus ventanas de medio arco y las columnas sosteniendo un balcón sobre la entrada principal, junto al mármol y piedra en diferentes tonos de blanco, beige y gris en las fachadas, generan una visión que nos acerca a emblemáticas construcciones italianas de otras épocas.

Al entrar, un vestíbulo de doble altura que mantiene armonía con los rasgos italianos de la fachada se despliega ante nosotros. Miramos en 360 grados y descubrimos que cada espacio tiene su elemento decorativo, cada rincón tiene un detalle. Resaltan los ventanales con vitrales de colores contrastando con los pisos de mármol. Paredes y techos lucen maravillosos tapices que se descubren entre columnas jónicas, mientras imponentes candelabros alumbran los amplios salones excepcionalmente distribuidos en la planta baja de la casa.

 

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Construir su casa fue un gusto, se involucró en ubicar cada elemento en el espacio ideal. Hoy la casa de Mónica es un acertado encuentro de decoración clásica y arte contemporáneo

Destaca en la decoración un piano antiguo, cuya superficie sirve de asiento para la escultura de un torso desnudo con acabados en plata, en una expresión muy contemporánea por la técnica utilizada. Las exquisitas alfombras que decoran cada espacio, y los finos muebles, la mayoría de los cuales heredó de su madre, una innata coleccionista, se encargan de completar cada ambiente en armónica comunión.

Estos espacios se integran en un conjunto de perfección palaciega, en cuyas paredes cuelgan cuadros antiguos y otros más modernos y rústicos que el resto de la decoración, creando una especie de integración artística ecléctica que armoniza piezas de variados estilos y épocas. Así, lo vanguardista encuentra sentido, y se funde con el estilo clásico en una subliminal coexistencia.

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La casa tiene 20 años y su construcción duró alrededor de dos años. Durante este período Mónica estuvo involucrada hasta en el último detalle. Las baldosas de mármol fueron escogidas una por una, para que el color sea parecido entre ellas, y sean ubicadas en el piso de acuerdo a su tonalidad. “Fui viendo la veta en cada pieza de mármol porque muchas veces la misma piedra puede tener varios tonos, y yo quería un poco de uniformidad”, recuerda. “Quise que luciera como una alfombra donde todo tenga el mismo tono. Si lo hacía el maestro sin mi ayuda, seguramente se preocupaba de la técnica más no de la estética. Por eso vi la veta de cada pieza para que coincida con la siguiente. Como decía Miguel Ángel, “cada pieza de mármol tiene su alma”.

Nos comenta que construirla fue un gusto. Encontró una cantidad de materiales ecuatorianos que pudo utilizar en la casa, y se involucró en ubicar cada elemento en el espacio ideal. Esto requirió que los muebles antiguos deambularan por varios rincones hasta encontrar el idóneo y definitivo. Para los patios diseñó murales que luego trabajó con los maestros para interpretar exactamente lo que tenía en mente. Cuando el proceso constructivo y decorativo culminó, la sensación de satisfacción fue total. La distribución de espacios era perfecta, y esa misma perfección inundaba cada esquina.

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En la entrada al vestíbulo cuelga su más reciente obra “Bosque de Mandarinos” hecho con cabuya y un mosáico de vidrios

Así es Mónica. Una persona que combina su elegancia y porte de gran clase con su alma bohemia. Hace siete años dejó volar en libertad a su espíritu creativo y se aventuró en el mundo del arte. Su filosofía de vida actual es parecida a la de Erasmo de Rotterdam en su libro Elogio a la Locura. “Erasmo de Rótterdam escribe LOCURA con mayúscula, por que dice que la locura es a la cordura, lo que la pasión es a la razón, y que todos necesitamos algo de locura en nuestras vidas”, explica. “Coincido con él, porque en la vida hay que dar un poco de rienda suelta a la pasión y hacer lo que nos gusta”.

Con esta primicia en mente se acercó un poco más a una de sus grandes pasiones, el arte. Esta afición nace en ella desde muy pequeña, pues la heredó de su madre quien siempre destacó por su habilidad y fino gusto estético. Al cabo de los años plasmó esa habilidad en la decoración de este hogar. Inicialmente el estilo fue clásico puro, pero más tarde, cuando Mónica se aventuró al mundo del arte, nació la conjunción de estilos en varios de sus ambientes. Sus inicios en el campo artístico se dieron con un reciclaje de los restos de acabados de construcción que habían sobrado de la decoración de la casa: telas de cortina, tapices y figuras de mitología italiana fueron el punto de partida. De ahí poco a poco fue conociendo nuevos materiales y puliendo su talento como artista.

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Tuvo clases de escultura en el tradicional Barrio Las Peñas con un profesor chileno y estupendo amigo, Roberto Saavedra. “A mí me gusta sentir con las manos, por eso ni siquiera uso guantes para trabajar mis esculturas”, recuerda. “Ese sentir es una terapia”. De estas clases nacieron los torsos desnudos que tiene en su casa, entre ellos el de una mujer, bañado en pan de plata que pegó con claras de huevo.

“El pan de plata viene con su propia goma, pero se me hacía dificultoso utilizarla, así que decidí experimentar”. Justamente para saciar esa curiosidad sobre el pan de plata, recordó que en el libro sobre la vida de Miguel Ángel, Agonía y Éxtasis, se menciona que los artistas trabajaban los pigmentos con huevo. Fue así que se aventuró a probarlo. “Es un trabajo tremendo pero divino. Ahora hay como raspar la escultura y el pan de plata queda intacto”.

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Durante los últimos siete años, sus obras presentan como elemento principal a la cabuya, técnica innata en ella. La primera exposición que realizó se llevó a cabo en su casa, y fue ahí cuando se dio el afortunado encuentro de dos estilos y dos épocas que se mantiene hasta ahora. Su amigo Juan Castro y Velásquez la convenció de colocar sus cuadros en casa, porque se había convertido en un admirador de su talento, y consideraba que la combinación se daba en total armonía. “La casa es muy clásica, y sin embargo me he atrevido a ponerle cosas rústicas como la cabuya, piedras”, explica. “Los estilos son una antítesis, y pensaríamos que mezclar distintos no es apropiado, pero con buen gusto y noción espacial sí funciona. Esta casa es el ejemplo”.

Continuando su aventura con cabuya, hoy la combina con vidrio cortado para lograr maravillosas obras de arte. El vestíbulo de entrada se ilumina con su última creación que se llama “El Bosque de Mandarinos”, un cuadro inspirado en el bosque que se encuentra en su finca, y en el que todas las ramas de los árboles crecen hacia arriba. En esta creación los árboles están hechos de cabuya, y el vidrio lo trabajó con una nueva técnica. “Puse a los vidrios más alargados, porque generalmente el mosaico es de 2cm x 2cm, y les he dado tonalidades de verde”. A este agrandamiento del vidrio lo bautizó con el nombre de la gran ciudad de los rascacielos, New York, porque el mosaico que arman luce como los edificios de la selva de cemento que la conforman.

A un costado, en el mismo vestíbulo, se encuentran dos obras de desnudos que se llaman “Eva María”. El uno presenta a la mujer de frente, el otro de espaldas, y están trabajados en cabuya con un fondo de piedritas. “En la cabuya no se puede dibujar, se va formando poco a poco la figura con soga, hasta definir el perfil de la mujer”.

Cada una de sus obras está cargada de significado y simbolismo. En la sala, por ejemplo, la obra de un caballo fue inspirada en un dibujo de Leonardo Da Vinci que Mónica reprodujo en cabuya con fondo de vidrio. “La particularidad de la cabuya es que adquiere un brillo que le da movimiento a la obra, y finalmente parecería ser de seda en lugar de cabuya”. Otro de sus cuadros se llama “Mundos Encontrados”, cuyo fondo es de puras curvaturas. “En la vida cada uno es un mundo diferente, por varias circunstancias nos encontramos con otros seres en este planeta, y nace una sincronización”.

Su creatividad no tiene límite y su vida es todo menos estática. El próximo proyecto lo hará trabajando en tablas de surfear, creando una colección que denominará “Surfeando la Vida”, que describe a cabalidad la filosofía de Mónica. “Debemos surfear la vida, treparnos a la ola y dejarnos llevar por ella”. Dinámica y aventurera, culta y entretenida, Mónica no es quien se detiene a ver la vida pasar, por el contrario, parecería que se anticipa a ella.


Con muchos temas de conversación en el tintero terminamos esta entrevista. El maestro Oswaldo Viteri está al teléfono, la llama para conversar de arte y Mónica se entrega a ello.