Por Jaime J. Izurieta

En las ciudades se produce a diario una cantidad gigantesca de datos que son la base

de la estrategia de marketing de lo que se conoce como Smart Cities. Toda empresa que se respeta en 2018 interactúa con servidores y redes, y genera conjuntos de datos relevantes para su negocio. Un banco conoce dónde se deposita y dónde se retira dinero, un supermercado conoce qué se compra en qué día del mes, y una empresa telefónica conoce el recorrido de sus usuarios y los flujos de comunicación de voz y datos. Y esos son solo tres ejemplos.

Si escarbamos un poco más, las inmobiliarias conocen hacia dónde quiere ir a vivir la gente y cuánto está dispuesta a pagar, los almacenes pueden determinar qué tipo de productos requiere la población por segmento y los distribuidores de alimentos saben qué restaurantes están funcionando y cuáles no. La accesibilidad a estos datos, junto a otros generados por el sector público, permite que alguien suficientemente acucioso una puntos y conteste preguntas que antes ni siquiera teníamos la capacidad de hacernos.

Alrededor de la apuesta tecnológica como corazón de las estrategias de marketing se ha creado una industria de Smart City, donde gigantes tecnológicos como IBM, Siemens o Cisco se asocian con municipios para mantenerlos al día con sus últimos avances. Estos se posicionan como progresistas y tecnológicos implementando proyectos complejos para digitalizar sus procesos en escala macro.

En el menú diario de las Smart Cities están, por ejemplo, la actualización de redes de alcantarillado, electricidad o agua potable, para eliminar pérdidas y asegurar continuidad de servicio. Otro tema recurrente son los centros de control de tráfico, impresionantes estructuras con sus paredes tapizadas de pantallas que monitorean la transmisión de miles de cámaras y gestionan flujos, emergencias y, por supuesto, multas.

En medio de esos esquemas surgen posibilidades para realizar alianzas público privadas que suplen componentes en escala micro de la cadena de servicio. Empresas públicas y privadas de telefonía, transporte o energía instalan asombrosos centros de innovación desde donde comparten información, financian proyectos y cimientan así su reputación de socialmente responsables.

Jaime Izurieta - Revista CLAVE!  Foto: © Cultura Colectiva News

El beneficio para los ciudadanos en este modelo radica en una mayor eficiencia en la provisión de servicios del sector público. Un vistazo algo más crítico nos muestra que la innovación real no se encuentra en la actualización tecnológica de procesos y servicios. Digitalizar lo existente es como pasar del teléfono fijo al celular. Es un avance, pero el verdadero hito fue podernos comunicar remotamente.

Entre los peores dolores de cabeza en la interacción con los municipios están la oficina de Avalúos y Catastros, y el Registro de la Propiedad. Seguramente hubo algunos conatos de dolor de cabeza con la sola mención de esas temidas agencias. Pero ¿qué tal si visualizamos que en un futuro no tan lejano pudiésemos llevarlas en nuestros bolsillos y evitarnos un contacto tan desgastante como el de hoy?

Entre todas las tecnologías que están revolucionando la manera cómo interactuamos con el resto de personas y con organizaciones se destaca el Blockchain o Cadena de bloques. Consiste en un sistema informático descentralizado que prescinde de un servidor central. Al momento que se registra un nuevo propietario, un cambio en zonificación o un incremento en el avalúo, inmediatamente todo el resto de bloques en la cadena lo registra también, y esa información se actualiza para todos los usuarios.

Aprovechando tecnología del Blockchain se podría prescindir de las oficinas de catastro y registradurías. La información se colocaría en la cadena de bloques, y cada usuario podría enviar los títulos de propiedad al nuevo propietario al momento de compraventa, o registrar cualquier cambio en su propiedad.

El lado menos glamoroso de la ola de las Smart Cities, es la de una Startup que lo apuesta todo por su idea que cambiará la vida de millones de usuarios. Ese componente es el que realmente traza la cancha y democratiza el flujo de información. Los ciudadanos ya pueden fundamentar su interacción con los planes gubernamentales, pero más importante, pueden crear redes independientes del control gubernamental.

Waze, Foursquare u Open Street Maps han democratizado la información como ningún político pudo hacerlo nunca. Las herramientas para navegar la ciudad actualizadas en tiempo real son solo un ejemplo de las oportunidades que da la accesibilidad a la información en la red.

Actualmente la tecnología nos permite, por ejemplo, evaluar planes regionales mientras se los plantea, para ir corrigiendo errores sobre la marcha y reducir las consecuencias no intencionadas (urbanfootprint.com).

Podemos, asimismo, visualizar en un modelo 3D de la ciudad el potencial de desarrollo establecido en los códigos urbanos, y conocer de antemano el tipo de entorno que van a generar las normas de urbanismo (gridics.com).

Determinar problemas de escala, edificabilidad y eficiencia de los planes urbanos, y enmendarlos antes de que produzcan entornos desfavorables como cada día se ve más en Ecuador, es uno de los alcances actuales de las aplicaciones tecnológicas. Lo más importante es que hoy cualquier ciudadano puede pedir cuentas a las agencias de planificación.

Las ciudades siempre fueron inteligentes. Desarrollar sistemas de alcantarillado o diseñar buen espacio público lo requiere. El diseño urbano es tecnología probada y adaptada a lo largo de decenas de siglos. El proyecto actual más grande de ciudad digital, Sidewalk Toronto de Alphabet, la compañía madre de Google, ha producido recientemente un reporte donde el urbanista experimentado que lea entre líneas verá que no han inventado nada, solo han hecho más eficiente la gestión, han dado sustento científico a los patrones de diseño tradicionales, y han probado que una ciudad producida con inteligencia artificial tiene características muy similares a las que produjeron con su propia inteligencia, con heurística, aprendiendo de sus errores, desde Constantinopla a Córdoba, de Tenochtitlan a Buenos Aires y del París de Haussmann a la Barcelona de Cerdá.

Dos visiones de tecnología coexisten, contrapuestas, en la ciudad. La Smart City (marca registrada) con megaproyectos que hacen eficiente al gobierno, y la ciudad inteligente de miles de nodos en una gigantesca red que va incrementando la inteligencia colectiva.

La fortaleza de las redes descentralizadas es un hecho demostrable. La inteligencia de las ciudades basadas en ese tipo de redes, digitales o no, es bastante probable. Mientras resolvemos ese dilema, nos queda la inmensa herramienta que es la tecnología para exigir cuentas cada vez más claras a los gobiernos.