La mística religiosa, la emoción artística, y desde luego las leyendas que la rodean, hacen de San Agustín uno de los conventos más hermosos, tradicionales y representativos de Quito, la Ciudad Sagrada de los Andes. Colgado de un barranco quiteño que miraba a la quebrada del Camino Real, a veces parece suspendido del cielo a través de un ligero eslabón.

San Agustín fue una gran Facultad de Teología durante casi tres siglos, hasta 1970. Además fue la Universidad San Fulgencio de los Agustinos desde el 20 de Agosto de 1586 hasta mediados del siglo XVIII, y hoy es casona de vivienda que alberga a los miembros de una creciente comunidad Agustina. Guarda en su interior el Convento Museo, Biblioteca, y espacios reservados al Arte, Historia y Memorias de nuestra vida Republicana.

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Llama la atención que para entrar al Templo y su Iglesia hay que bajar gradas. Cruzamos la portería, pasamos por oficinas y finalmente llegamos al magnífico patio con tres palmeras reales y dos de coco “cumbi”, o coco chiquito y redondo, que bordean los 150 años de existencia.

La Sala Capitular es tan insigne como hermosa. Apenas ponemos un pie en ella, la mirada nos lleva al final, donde crucifijos de tamaño natural y vírgenes de cuerpo entero observan a los visitantes. Al mirar el techo nos quedamos sin habla por el arte que está expuesto. Las escenas que vemos sobrecogen e inspiran: la vida, la muerte, la fe, la devoción y el sacrificio, rodeados de pan de oro y artesonados barrocos.

Foto: Jay Vandermeer

Foto: Jay Vandermeer

Hacia atrás se encuentran las cartas de la Primera Declaración de Independencia y de la Masacre de Agosto, exhibiéndose para que recordemos las semillas de lo que hoy es nuestra valiosa libertad. Al salir, a menos de veinte pasos se encuentra el taller de restauración donde un dedicado equipo de artistas ha logrado rescatar enormes y valiosas obras de arte. Hay algunos cuadros intactos, otros necesitan de intervención por las huellas que el tiempo ha dejado, y hay aquellos que ya han recuperado su importancia y brillo inicial.

Foto: Jay Vandermeer

Foto: Jay Vandermeer

Volvemos al patio donde la pileta cuadrada lleva rematada un bello querubín montado que expulsa agua al aire. Empezamos a subir unas gradas palaciegas que nos transportan a un primer descanso, desde donde se expresan el arte ecuatoriano, quiteño y del mundo entero.

Foto: Jay Vandermeer

Foto: Jay Vandermeer

Vale recordar que en otros tiempos la ciudad sufrió terremotos muy violentos, acompañados de temblores y erupciones volcánicas, que ahuyentaron a las tribus de entonces y crearon miedos entre los habitantes. En ese entonces, los Quitus inventaron cómo parar los desastres, y San Agustín guarda testigos de inventos tan prodigiosos como las bellísimas vasijas de barro incrustadas dentro de la construcción. Cuando los restauradores las descubrieron pensaron haber encontrado el tesoro de Atahualpa, sin embargo, son vasijas que conforman un equipo de elementos de ingeniería que han impedido que estas grandes y pesadas estructuras sufran los embates de los desastres naturales.

Convento San Agustin, Centro Historico, Quito, Ecuador

Foto: Jay Vandermeer

Un par de gradas más y llegamos al piso alto, donde un juego de magníficas columnas, formando arcos con acústica, cuentan entusiasmados lo que debe haber pasado entonces. Las salas de clase están frente a nuestros ojos. Al entrar a estos espacios de medio arco nos percatamos de que su forma arquitectónica aísla los sonidos alrededor. Esta era la forma de estudiar que utilizaban los Agustinos Novicios y Maestros Sacerdotes, allí leían, y luego pasaban al mural a pintar lo aprendido.

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Atrás de anchas paredes se encuentra la Sala de Arte y Museo “Miguel de Santiago” que guarda estofados, pinturas, crucifijos y esculturas que enseñan el esplendor del barroco y la magnifica sencillez de la escuela Quiteña. Está el Antecoro de San Agustín, con medias tallas y un mueble realmente impresionante por su arte, ejecución, tamaño, y presentación. El órgano, en el que se lee un escrito que dice “donado por Doña Clorinda Gangotena”, está casi al filo del Coro y tapando la silletería versátil.

La iglesia hace honores a la variedad de flores que se encuentran en el techo y las columnas, un estilo que al pintarlo ha logrado resucitar las leyendas de ese entonces. Quedamos hipnotizados mirando retablos y todo alrededor, sentimos la fuerza de la fe, admiramos la belleza del trabajo de nuestros artistas y artesanos en el detalle del Altar Mayor. El silencio susurra en nuestro interior queriendo contar historias.

INFO SAN AGUSTIN

Subir al campanario de San Agustín es como escalar las nubes de la ciudad, para desde allí observar cuidadosos la línea del sol. También la cruz latina, línea religiosa imaginaria bordeada por las cinco más importantes Torres de la Ciudad, y las siete colinas sagradas de Quito. Las fotos que acompañan este reportaje motivarán al lector a vivir las sensaciones de entrar en San Augustín.