Centro Histórico

Centenarios testigos del tiempo

Por: Gabriela Burbano A.

El período colonial (1534 – 1809) se caracterizó por una marcada lucha de la Corona Española por evangelizar a los aborígenes de América. Este encuentro nos dejó como legado la configuración de una identidad mestiza que se expresó en las grandiosas construcciones religiosas que permanecen hasta nuestros días.

El caso de Quito es elocuente. El poder económico de la Iglesia en esa época se evidencia en la abundante existencia de monumentales edificaciones religiosas frente a la sencillez de las construcciones civiles.

El Real Monasterio de la Limpia Concepción de Quito
La reestructuración del catolicismo en la segunda mitad del siglo XVI encontró en el Nuevo Mundo el escenario para expandir y revitalizar la fe. El alcance de estos objetivos se impulsó con la creación de monasterios como centros de fomento espiritual.

El primer monasterio femenino de clausura de la Real Audiencia de Quito se fundó en 1577. Era el Real Monasterio de la Limpia Concepción de Quito, conocido hoy como Iglesia y Convento de la Inmaculada Concepción.

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Su privilegiada ubicación en la esquina noroccidental de la Plaza Grande (actuales calles Chile y García Moreno) fue en sus inicios considerada un desacierto por parte de las autoridades eclesiásticas, debido a que su cercanía con el centro político y comercial de la ciudad, ponía en peligro el recogimiento propio de un monasterio de claustro.
Sin embargo, las dos casas que se habían adquirido en este lugar para establecer el convento fueron adecuadas a los requerimientos que exigía la autoridad eclesiástica; así su funcionamiento inició en este lugar y permanece hasta la actualidad como un testigo activo de la vida de nuestra ciudad.

Su instauración se dio con la adecuación de los espacios de los claustros, un coro y una capilla para acoger a las religiosas. La construcción de un templo de mayores magnitudes siempre se consideró, aunque tuvo que ser suspendida en varias ocasiones por falta de recursos.

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El número de mujeres interesadas en formar parte de la vida de recogimiento dentro del naciente monasterio, llevó poco a poco a que las edificaciones aledañas fueran adhiriéndose y readaptándose al conjunto para finalmente ocupar una manzana entera que comprendía 7.238 m2.

LA IGLESIA

La construcción del templo fue para las religiosas un sueño que no estaban dispuestas a abandonar. Su reedificación inició en 1620 sobre viejas estructuras de adobe. Las dificultades económicas obligaron a la comunidad a planificar la construcción por etapas; la última fue la del embellecimiento y ornato del templo que inició en 1625 y que se completó gracias al aporte de las cofradías que contribuyeron a la configuración de “uno de los mejores (templos) en todo el territorio de la Audiencia de Quito.”

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La presencia de las religiosas concepcionistas se afianzó con la culminación de la construcción de la Iglesia, en 1640. Hermosos elementos decorativos adornaron este templo por varias décadas: un techo cubierto en su totalidad por un artesonado tallado en madera y dorado a mano, así como elaboradas piezas que integraban los retablos laterales son ejemplos de componentes que tristemente se perdieron en un incendio que afectó a este monumento, en 1880.

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La caída de una lámpara de kerosene que alumbraba el altar mayor con ocasión de la Semana Santa inició las llamas que consumieron gran parte del presbiterio y afectaron seriamente a toda la iglesia. Este acontecimiento obligó a la reubicación temporal de las monjas en conventos cercanos y cambió tanto la ornamentación como la distribución del templo, durante los trabajos de restauración que iniciaron solo un año después y se extendieron por diez.

Es así como hoy la Iglesia de la Concepción permanece en pie, con cambios en su disposición y con la pérdida de la grandiosidad de la que había gozado originalmente.

Revista Clave! La ConcepciónEl ingreso principal se ubica en la actualidad sobre la calle Chile. El portal de ingreso tallado en estilo neoclásico con piedra arenisca -seguramente traída desde la cantera del volcán Pichincha a la que antiguamente se accedía por la actual calle Rocafuerte, y que según los registros se utilizó en la construcción de este y otros monasterios de Quito- destaca sobre las blancas paredes que se levantan para rematar con el campanario.

Un detalle que llama mucho la atención es indudablemente el cuadro de la Virgen del Buen Suceso, ubicado en la esquina de la fachada. Este espacio fue originalmente un balcón o tribuna que permitía a las religiosas observar la Plaza Grande desde lo alto.

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La pared lateral, sobre la calle García Moreno, también exhibe un portal tallado en piedra que fue el ingreso principal -cerrado después del incendio de 1880- y que, entre otros elementos relativos a la advocación del monasterio, lleva la inscripción “ALAVADO SEA EL SANTÍSIMO SACRAMENTO MARÍA CONCEVIDA SIN PECADO ORIGINAL”.

A lo largo de la mitad de la cuadra se extiende un pequeño atrio que termina en una capilla que algún momento se utilizó con fines evangelizadores.

Ya en el interior de la Iglesia se distinguen varias inscripciones antiguas sobre el piso de piedra que dan cuenta de la existencia de criptas de los cristianos que eligieron a este templo como su última morada.

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Una intervención en 1961, colocó una mampara de madera que se atraviesa para ingresar a la planta de cruz latina de una sola nave que luce amplia, con un piso entablado que reemplazó al original bastante deteriorado por el paso de los fieles y el tiempo. Al fondo, el presbiterio y el altar mayor resplandecen no solo por el dorado de la madera sino por las imágenes de la Virgen de Quito o Inmaculada Apocalíptica, atribuida a Bernardo de Legarda, y el Crucifijo que dominan el centro. Aunque su estilo es sencillo comparado a otros altares de iglesias quiteñas, logra integrarse perfectamente al entorno del resto del templo.

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Desde la parte baja del coro que se ubica justo sobre el ingreso, se observan cinco elementos decorativos en el muro occidental: los retablos de La Dolorosa y de Santa Mariana de Jesús, la hornacina de Santa Liberata, y las capillas de la Sagrada Familia y la de Cristo Rey. En el muro oriental están la Capilla del Calvario y la de San Francisco. A cada lado del crucero, las Capillas de Santa Teresa y la de Santa Inés. Todas ellas logradas por la participación de cofradías y hermandades, bajo la supervisión de la comunidad concepcionista.

Justo donde convergen la nave y el transepto se aprecia el púlpito, hermosa pieza tallada en cedro con estilo barroco que sería “el más remoto de los conservados en Quito.”

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El coro alto, lugar de oración de las religiosas, alberga la imagen de María del Buen Suceso. El techo de la nave se compone de una bóveda con cuatro arcos y tres lunetos que permiten la entrada de luz hacia el templo.

MEMORIA Y HERENCIA

Con cuatrocientos años de vida, el conjunto arquitectónico del Monasterio de la Inmaculada Concepción sufrió adecuaciones, reedificaciones, restauraciones e intervenciones que socavaron mucho de la riqueza artística que algún día albergaron sus lisos muros blanqueados. A pesar de ello, su historia está cargada de importantes procesos espirituales y sociales que son un riquísimo legado para quienes tenemos la fortuna de habitar esta ciudad, y para aquellos que nos visitan.

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Acercarse a este legado se percibe no solo con la visita de los monumentos religiosos que albergan arte, cultura e historia. El Convento de la Concepción de Quito es uno de los monasterios femeninos que han sobrevivido por largos períodos y que conservan la práctica de la espiritualidad en el recogimiento, pero también la de oficios que los años han ido relegando.

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Las religiosas que habitan en este reducto de inmemoriales tradiciones fabrican y venden productos como cremas, shampoo, jarabes, hostias, vino, escapularios y denarios para sostener a la comunidad. Cientos de personas se acercan diariamente al torno, ubicado en la parte sur del monasterio, para llevarse los mencionados menjurjes a los que se les atribuyen beneficiosas propiedades. Allí, como hace décadas, algunos visitantes todavía escuchan la dulce voz que les saluda con un “Ave María, Purísima” y responden “sin pecado concebida”.