Eduardo Enmanuel
Puembo
Por: Caridad Vela
Septiembre-Octubre, 2003

Eduardo Enmanuel

 

Un hombre está enamorado de la vida cuando encuentra tiempo para disfrutar de pequeñeces que lo alegran como si fuesen grandes milagros. Así es Eduardo Enmanuel. Sencillo, alegre y con el fantástico don de la palabra. Su cotidianeidad transcurre entre actividades profesionales, su jardín y los animales de la finca en Puembo, sin descuidar por un instante a su familia.

 

Nacido en Guayaquil, casado dos veces con la misma esposa, tres hijos de la primera vuelta y tres más de la segunda; vive en Quito desde hace 30 años arropado con el cariño de varios nietos en un mágico entorno.

 

Sus primeros años en Quito transcurrieron en un departamento en el sector del Quito Tenis, pero él y su esposa Eva siempre supieron que lo suyo era el campo. No solamente por la vida al aire libre, sino por el mega espacio que necesitaban para acomodar a sus seis hijos, todos varones.

 

Pusieron manos a la obra para encontrar lo que tenían en mente, y la vida les facilitó el proceso.

¿Cuando llegaron a Quito pensaron que era un traslado definitivo?
Eso fue hace 30 años. Teníamos nuestra casa en Guayaquil y nos trasladamos a Quito por motivos profesionales. La decisión que debíamos tomar era cuánto tiempo permaneceríamos aquí, porque no lo teníamos asumido como un cambio definitivo. La vida es así. Llegamos con nuestros tres primeros hijos en edad escolar, nos encantó Quito, y nos quedamos para siempre. Amo Guayaquil, pero en esa época tenía muchos problemas graves con los que era difícil adaptarse.
¿Por ejemplo?
El fenómeno de El Niño que azotaba la ciudad muy agresivamente. Guayaquil amanecía inundado y anochecía igual, era imposible vivir así. Por otro lado, te lo digo con toda franqueza, de la alcaldía de aquella época prefiero no acordarme. Obviamente Quito estaba en otra situación y se nos hizo muy fácil acostumbrarnos. Al principio, tanto Eva como yo, nos trasladábamos a Guayaquil varias veces a la semana por motivos de trabajo y a visitar a la familia.

¿En dónde vivieron al inicio?
Estamos hablando de 1983. Compramos un departamento muy lindo en el Quito Tenis, en el edificio La Giralda, construido por Prinansa con diseño del Arq. Alberto de Guzmán. No había nada alrededor. Frente a la casa teníamos un bosque precioso en el que los niños gozaban, y bajaban caminando al Club Buena Vista. Era una calidad de vida maravillosa. La Av. Occidental ya existía y habíamos matriculado a los chicos en el Colegio Einsten que quedaba bastante cerca. Pocos años después se inauguró el Centro Comercial El Bosque, y tuvimos a la mano todos los servicios y comercios que requeríamos.

La decoración de la casa estuvo a cargo de Eva que es arquitecta

 

¿Qué los motivó a mudarse?
Nos quedó corto el espacio con la llegada de la segunda tanda de tres hijos, que al igual que la primera, nacieron uno enseguida del otro. La familia se duplicó y el espacio fue insuficiente. Decidimos buscar algo más grande, donde haya posibilidad de esparcimiento, preferiblemente fuera del ruido de la ciudad. Yo vengo de familia de hacendados; los tres meses de vacaciones los pasábamos en el campo, me encanta y quería que mis hijos disfrutaran esa vida.
¿Les tomó mucho tiempo encontrar esta casa?
Por el contrario. La conocimos el día que su propietaria, la Sra. Marieta Espinosa, la puso a la venta. Enseguida cerramos el negocio y a los dos días nos entregó la llave. Fue el 20 de diciembre de 1987, y esa Navidad la celebramos aquí con familiares míos y toda la familia de Eva. La cena la compartimos entre más de 30 personas.
¿Cuánto pagó por ella?
Fueron 19 millones de Sucres por un terreno de 22.000m2 con casa, lago, jardines, huerto, piscina, dos casas de guardianía, garajes y bodegas. Hasta el día de hoy pienso que fue una gran suerte haber llegado en el momento preciso, ante las circunstancias que motivaron a Doña Marieta a vender la casa. Con el paso de los años le hemos hecho ciertos arreglos, más que nada para adaptarla al crecimiento de la familia.

El 90% de lo que tenemos es artesanía ecuatoriana. Objetos comprados en nuestros viajes por el país, cosas lindas que hemos encontrado en mercados y pequeñas tiendas

¿Qué les llamó la atención de Puembo?
La razón básica fue que la familia necesitaba campo abierto para divertirse y vivir sanamente. En Guayaquil estábamos acostumbrados a ir a la playa todos los fines de semana, para que los tres hijos que teníamos en ese momento puedan despegarse un poco del cemento de la ciudad. ¡Imagínate cuando ya habían nacido los seis! Esta era la casa que soñábamos tener, y no para fin de semana, sino para vivirla.
¿Cómo era Puembo en esa época?
El camino a Quito era empedrado y de una sola vía. Nos tomaba casi dos horas llevar los chicos al colegio, porque no había recorrido colegial hasta acá. Curiosamente, al día siguiente de graduar a mi último hijo, se inauguró la autopista Simón Bolívar que te permite llegar desde Puembo al Colegio Einstein sin entrar a Quito. Tampoco había posibilidad de hacer llamadas telefónicas directas, tenías que contactar a la operadora de Puembo y ella te pasaba la llamada.

Se adecuó la casa para una familia numerosa como la de Eduardo y Eva

La decoración se ha hecho un poco anárquicamente,pero todo corresponde a un estilo que se adapta con el entorno.

¿Cómo reaccionaban los chicos ante estos problemas?
Maravillados. Gozaban contando sus aventuras a los compañeros, a tal punto que todos los paseos de curso se hacían a esta casa. Aquí miraban lo que comían los caballos y cómo ponían huevos las gallinas; conocieron conejos, cuyes, alpacas, avestruces, corderos y pavos; cosechaban frutas y trepaban árboles. Todos traían fundas plásticas, y lo que lograban cosechar se lo llevaban a casa. Aquí aprendieron a “andar en chancho”, porque teníamos un criadero y los chicos se montaban sobre los chanchos, se agarraban de las orejas y salían disparados.
¿Y la falta de teléfono o comunicación?
En esa época había una frecuencia de banda de dos metros, que tuve que contratar a través de la Dirección Nacional de Frecuencias. Funcionaba con radios tipo walkie talkie, que eran del mismo tamaño que un ladrillo. Teníamos uno en la casa que manejaban las empleadas, otro en manos del chofer que transportaba a los chicos, otro en mi oficina, y dos más para Eva y yo.

Los fines de semana no me saca nadie de mi casa

Por lo menos la comunicación estaba solucionada…
Sí, a pesar de que tuvimos constantes problemas con la Dirección Nacional de Frecuencias. El tema era que en esa banda no se podía hablar normalmente, se debía usar claves para muchas palabras, pero era imposible que los chicos o las empleadas los aprendan. Cada cierto tiempo recibía notificaciones por violaciones del código de comunicación. Pero nos comunicábamos.
¿Cuénteme de la decoración de la casa?
El 90% de lo que tenemos es artesanía ecuatoriana. Objetos comprados en muchos viajes por todo el país, cosas lindas que hemos encontrado en mercados populares y pequeñas tiendas de verdaderos artistas. Tenemos troncos de árboles cortados aquí que son parte de la decoración, banquitos de totora, muchas flores naturales, y mi pieza preferida que es la mesa del comedor en el porche exterior hecha en una sola pieza.
¿Dónde la consiguieron?
Camino a Manglar Alto, a la altura de un pueblito que se llama Atahualpa, que está por Baños de San Vicente. Sabíamos que se hacía este tipo de trabajo y nos detuvimos a ver qué había. Ahí encontramos este tablón de madera de samán, que si bien es uno de mis tesoros, también me genera un conflicto existencial. Es una maravilla, pero según me informó el artesano, para hacerlo tal cual es, se tumbó un árbol de 100 años de 45m de alto.
El techo del porche llama la atención…
Es práctico y estético, pero no es más que vidrio bronce para evitar los rayos UV, apoyado sobre cuartones de colorado. Sobre el vidrio colocamos tres capas de sarán, una tela porosa que usan los agricultores para proteger sus plantaciones de los fuertes vientos, que en nuestro caso lo usamos para evitar que el sol sea muy fuerte. Al ser porosa permite luz y calor, pero no se convierte en invernadero. Es bueno, bonito y barato.
¿Han alterado el diseño original?
Eva es arquitecta, dice que está retirada, pero en esta casa hay un constante ir y venir de albañiles, carpinteros, electricista y más. En términos generales, lo que ha hecho aquí es crecer la casa conforme ha crecido la familia. La decoración se ha hecho un poco anárquicamente, pero todo corresponde a un estilo que se adapta con el entorno, es cálido y acogedor. Es una casa de hacienda, adecuada a una familia numerosa como la nuestra que no tiene una mesa de seis puestos, sino de 14, en la que hemos sentado a 26 personas.
¿Quién se encarga de los jardines?
Cuando compramos esta propiedad, el único árbol que había era un eucalipto. Tenía un lago y lo demás era puro potrero. Fue mi cuñada la que se encargó de sembrar todo lo que ves ahora: eucaliptos, sauces, ficus, laureles, arrayanes, porotillos, cauchos, arupos e inclusive un jaiba gigante. Somos los únicos en los alrededores que tenemos un árbol de morera, que es el árbol del gusano de seda, y según los agrónomos que nos han visitado, ese árbol tiene 150 años de vida. Tenemos un huerto con legumbres que usamos para el consumo en casa, y nos divertimos trabajando en él.
¿Su estilo de vida varió significativamente al vivir en el campo?
Nos hemos mantenido relativamente citadinos, básicamente por compromisos sociales y profesionales, pero siempre nos encantó la vida de campo o de playa. Eva es más de mar que de montaña. Quito le parece una de las ciudades más bellas del mundo, pero aún así, llega un momento en el que se siente enjaulada y desaparece un fin de semana a perder sus ojos en el horizonte playero

¿A Salinas?
No. Amamos la naturaleza y el mar, no somos de farándula. Tenemos una cabaña diminuta en Manglar Alto que construimos hace más de 40 años. Recuerdo que mi padre trabajaba en la construcción del Edificio del Banco del Pacífico, y los vidrios que se importaron de Bélgica para la fachada del Banco llegaron en unos contenedores de madera de pilo muy hermosa. Eva usó algo de esa madera para la casa de playa, e hizo la estructura con madera de guayacán. Manglar Alto se mantiene pequeño, rústico y hermoso. Es uno de los pocos lugares que permanecen intocados por el paso del tiempo, al contrario de lo que ha sucedido con Salinas o Santa Elena.

Difícil de creer…
Así es, y pienso que se debe a que el mar de Manglar Alto es muy agresivo, porque es mar abierto. Por lo mismo, tampoco es atractivo para la pesca, que es una de las principales razones para los asentamientos y el crecimiento poblacional. Sus playas son maravillosas, pero también peligrosas, y casi no hay turismo. Además, el clima es más frío que en Salinas y muy lluvioso en verano, tanto así que sirve de apoyo para los recursos hídricos del país. Por todo esto, Manglar Alto es un lugar que se ha quedado en el tiempo.
¿Hace 30 años se imaginó alguna vez que el aeropuerto se trasladaría acá?
Toda mi vida he estado vinculado profesionalmente a temas relacionados con la aviación, pero no compré la casa con eso en mente, a pesar de que sabía que se pensaba construir el aeropuerto en las cercanías. Ahora, después de tantos años de manejar entre Quito y Puembo, finalmente tengo una vía de seis carriles para llegar a mi oficina que está en el aeropuerto, no sufro las congestiones de salir de Quito, ni tengo que pasar por el Puente del Chiche.
¿Ya no va a Quito con frecuencia?
Mi oficina está en Tababela, pero si tengo asuntos de trabajo voy a Quito. Los fines de semana no me saca nadie de aquí. Lo que hacemos el viernes en la noche es confirmar quiénes vienen el sábado y quiénes el domingo. Yo me encargo de la cocina de sal -soy experto en pizzas-  y Eva prepara los postres. Tenemos la suerte de tener hijos muy allegados a nosotros, y afortunadamente nuestras maravillosas nueras y nietos disfrutan de estar en esta casa. Si eso no es vida, yo no sé qué es.
¿Esta casa siempre se llamó Quinta San Carlos?
No. Nosotros la bautizamos. Es que en mi familia hay una tradición, todos nos llamamos Carlos, combinado con otro nombre. Así las cosas, la quinta no podía llamarse de otra manera.