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El Mercado rompe esquemas desde el momento en que lo descubrimos a cierta distancia. Ubicado en la Calle Larga, se destaca visualmente por su pared color celeste, con puerta y ventanas de madera. La primera impresión es de un lugar pequeño pero pintoresco. Al acercarnos, el olor a pan recién horneado nos atrae como un imán, y sin saber cómo, estamos adentro.

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Ingresamos por un pasillo a cuyo costado izquierdo está la panadería, origen del delicioso olor al que seguimos sin pensar. A mano derecha, una tienda de artesanías locales con elementos decorativos, accesorios y hasta manjares para la cocina, como mermeladas, mieles, ajíes, y más, nos llaman la atención.

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El aroma a pan y los productos artesanales de cocina estimulan la imaginación y despiertan nuestro apetito. Casi sin percatarnos estamos anhelando una deliciosa comida. Con mucho valor dejamos atrás la panadería y nos adentramos en este lugar que, como dijimos, lucía pequeño. No habíamos visto nada.

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Nos topamos con una barra a vista de todos donde se elaboran los postres, y claro, están ahí en pleno mostrador recién horneados, como confirmando lo que siempre escuchaste decir a alguna tía, “siempre hay espacio para el postre”.

Pocos pasos más adelante está la barra con todas las bebidas que ofrece El Mercado. El corredor quedó atrás, se despliega ante nuestra asombrada mirada un espacio amplio, de dos pisos, que atraviesa hasta el otro extremo del perímetro, donde grandes ventanales invitan a disfrutar de una maravillosa vista de Cuenca. Las mesas cercanas son las más aclamadas, y con razón, pues descubrimos que nada menos ni nada más el Río Tomebamba está ahí para acompañar nuestra velada.

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Una pared de adobe, lámparas industriales, jardines verticales; una combinación entre sillas, sillones y sofás, sumados a detalles únicos en diseño, nos dejan saborear el gusto por la estética que resplandece en todo el restaurante. Desde la vajilla hasta las macetas con pequeños arreglos de flores que fungen de centros de mesa, todo combinado a la perfección, rompiendo esquemas decorativos, adaptan un espacio que nos abstrae de lo cotidiano y real. Es como estar en un oasis en la Calle Larga.

Hemos vivido toda una experiencia antes de probar el primer bocado. Claro que cuando el lugar es así de mágico, son altas las expectativas en cuanto a la calidad de la gastronomía. Al fin y al cabo, en un restaurante buscamos ambientes acogedores, pero la mayoría prefiere pagar por la comida que por la decoración.

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Llega el momento crucial de revisar el menú. Empezamos por las entradas: pulpo asado, langostino confitado, tartare de salmón, fondue de camembert… Sin haber revisado los platos fuertes, lo que nos apetece es ordenar las cinco entradas!

Pasamos rápidamente la página: sopa de mariscos, crema de zanahoria blanca, ensalada de espárragos, ensalada de cangrejo… Seguimos a la siguiente página: hamburguesa, sánduche de lomo salteado, focaccia de vegetales asados, cebiche de camarones, locro de papa, fritada de cerdo, churrasco de bife… Y finalmente, la página de los platos principales: salmón a la naranja, bondiola de cerdo, langostinos a la diabla, pollo a la cerveza negra, pierna de cordero…

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Decidimos no mirar la sección de postres porque mentalmente no tenemos espacio, y porque sería un desperdicio de tiempo mirarla, pues desde el momento que entramos y los miramos en la barra, instintivamente sabíamos cual sería el broche de oro para cerrar la cena.

Fue una decisión difícil, sobre todo porque somos de los que gustan probar de todo un poco. Lo recomendable es hablar con aquel que sabe más, el mesero. El servicio es excelente, siempre hay alguien atento a nuestra mesa para asesorarnos sobre los mejores platos con respecto a los gustos de nuestro paladar.

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Llegó el momento de la verdad. Éramos varios comensales y nuestra elección fue muy bien combinada. Saboreamos el pulpo a la parilla acompañado de bastones de yuca; el picadillo de salmón aderezado con yogurt griego y mostaza dijon; los espárragos acompañados de huevo con sabayón de aceite de oliva virgen; el asado de pierna de cordero con cacerola de papa y puerro, camotes, cebolletes, lechuga a la parrilla y jugo de cordero; y la mil hoja de manzana.

Sin duda acertamos en la decisión, y juzgando por la satisfacción que se dibuja en los rostros de quienes ocuparon las mesas vecinas, pienso que todos acertaron porque aquí no hay posibilidad de equivocarse.

Si bien la decoración y ambientación son sorprendentes, lo mejor que tiene El Mercado es su gastronomía. Ese es el último esquema que rompe, y lo hace con mucha fuerza.

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