Testigo silencioso de la historia

Por Gabriela Burbano A.

Desde la Plaza Grande, una mirada de 360 grados nos puede trasladar a diversos pasajes de nuestra historia, y ayudarnos a imaginar cómo todos esos edificios dispuestos a su alrededor han sido testigos del ir y venir de personajes destacados y del acontecimiento de hechos inolvidables.

Uno de esos edificios es el que tiene su entrada principal en la esquina de las calles Espejo y García Moreno. Construido en estilo neoclásico, el actual Centro Cultural Metropolitano (CCM) hoy ocupa el área que va desde el lindero con la Iglesia de La Compañía hasta el mencionado portal, aunque los registros históricos dan cuenta de que su uso fue de la manzana entera, que se encuentra entre las calles Espejo, García Moreno, Sucre y Benalcázar.

En julio del 2000, el edificio recuperado por el Municipio de Quito fue entregado a la ciudad con el propósito de destinarlo a la cultura y al arte, después de haber permanecido en el olvido por algún tiempo. Desde entonces, este centro que comprende 13.000m2 alberga salas de exposiciones temporales, una biblioteca, dos patios, oficinas administrativas, el Museo Alberto Mena Caamaño, entre otras áreas, ha sido protagonista del movimiento cultural de la ciudad.

Exposiciones, concursos artísticos, eventos públicos y privados, premiaciones, entre otras actividades, se han desarrollado desde que el CCM abrió sus puertas hace ya 16 años y cada temporada trae nuevas e interesantes propuestas.

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Es así como se ha cumplido con el objetivo principal de su recuperación, tal como explica el Arq. Fernando Flores, responsable de la rehabilitación del edificio, en el libro “Luz a través de los Muros” de María Antonieta Vázquez, publicación realizada por el Fondo de Salvamento (FONSAL) en el año 2005 que recoge la historia de esta edificación icónica del Centro Histórico quiteño: “Si como resultado de esta intervención se logra motivar el interés de la gente para que acuda y use los espacios y las instalaciones, los cuide y respete, se habrá conseguido el objetivo final de la arquitectura. Esta monumental obra es la consecuencia de un enorme esfuerzo de la comunidad, de años de trabajo de decenas de profesionales, técnicos, y de centenares de trabajadores, cuya dedicación incansable es una contribución silenciosa a la cultura ecuatoriana.”

El trabajo de rehabilitación de este ícono arquitectónico supuso un reto para el equipo del antiguo Fondo de Salvamento (FONSAL) y de la antigua Empresa del Centro Histórico (ECH), entidades municipales encargadas del proyecto, que debían “integrar en un conjunto dos tipos de arquitectura histórica diferentes, adaptarlos a un nuevo uso, y hacer que dialoguen armónicamente con la expresión contemporánea de la nueva intervención”, tal como se refiere en el libro citado.

El trabajo de recuperación de los edificios que funcionaron como Universidad Central, de estilo neoclásico; y como Museo Alberto Caamaño, de estilo colonial, buscó integrar a estos dos inmuebles para dar origen al CCM, tal como lo conocemos hoy. Esta integración se logró trabajando en varios aspectos de los espacios que conformaban los dos edificios.

Lo primero fue ocuparse de la recuperación e interrelación entre los tres patios, a partir de la Plaza Grande. El patio norte se recuperó manteniendo su geometría, las arquerías originales y conservando su carácter con el revestimiento de piedra. La propuesta más audaz fue la de cubrir este patio con una estructura piramidal de hierro y vidrio. Su condición de elemento de corte contemporáneo amenazaba la esencia del estilo arquitectónico del edificio.

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Para determinar la viabilidad de esta intervención se realizaron consultas a varios profesionales especializados tanto en el área histórica como técnica, quienes avalaron la colocación de la cubierta por su necesidad funcional, pero sobre todo por su condición de “intervención reversible”, explica Patricio Guerra, historiador y ex Director (E) del Centro Cultural Metropolitano.

El patio sur, por su parte, se consideró como un testimonio válido de la arquitectura neoclásica por lo que la intervención respetó el “diseño de jardines, puertas, pisos y ventanas, y le otorgó mayores valores cromáticos en correspondencia con su arquitectura”, tal como se explica en el libro dedicado a la historia de este inmueble. Al patio del museo se le recuperó y revitalizó con la conservación de un elemento muy atractivo: la picota o rollo colonial que había estado en El Ejido por un largo periodo.

Lo siguiente fue el trabajo en la distribución y adecuación de tres grandes zonas: biblioteca, oficinas administrativas y el centro de arte, a partir del acceso de la calle García Moreno, donde se levanta el gran frontis de piedra labrada con el sello de la Universidad Central del Ecuador en su parte superior.

Finalmente, los trabajos de recuperación y rehabilitación de los dos inmuebles en los que funciona el CCM pusieron especial énfasis en la consolidación de la estructura de muros y en la modernización de las infraestructuras. Las dos edificaciones presentaban condiciones precarias en cubiertas y debilidad en el anclaje de las estructuras. Algunos elementos no estaban diseñados para ciertos propósitos, y se encontraron secciones que aún mantenían sistemas tradicionales de construcción.

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Sin duda se trata de una joya arquitectónica que evidencia un prolijo proceso de recuperación. Además de tener una ubicación privilegiada dentro del Centro Histórico más grande y mejor conservado de América Latina, la manzana donde funciona actualmente el CCM, alberga también a la Iglesia de la Compañía y otras edificaciones aledañas de igual importancia.

Desde su ocupación inicial en 1594, hasta la última remodelación en 1997, tuvo diversos usos. Es un lugar en el que no solo funcionaron importantes instituciones, sino que acogió a personajes de renombre y fue escenario de episodios destacados de la historia ecuatoriana.

El espacio –que a lo largo del tiempo sufrió una serie de construcciones y reconstrucciones- perteneció a la orden jesuita de la Compañía de Jesús, la misma que en 1594 ocupó inicialmente el espacio con la construcción de unas casas junto a la actual Iglesia de La Compañía, para dirigir desde allí el Colegio Seminario de San Luis. Para 1597 se inició la construcción paulatina del complejo del Colegio Máximo Jesuita, que ocupó toda la manzana. Más tarde el predio albergó a la reconocida Universidad de San Gregorio Magno que contaba con una espléndida biblioteca.

El año 1767 se marcó con un hecho importante: los jesuitas fueron expulsados de la Real Audiencia de Quito, y con ello todas las propiedades que ocupaban pasaron a ser administradas por las autoridades de la Corona, y destinadas al uso público. En estas circunstancias, este espacio tuvo varias ocupaciones: Real Fábrica de Tabaco que daba ocupación a presidiarios (1779-1791), Real Colegio Mayor y Seminario de San Luis (1786), Real Universidad de Santo Tomás de Aquino (1788) y Biblioteca Pública (1792).

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El funcionamiento de la Biblioteca fue la razón para que uno de los más destacados personajes de nuestra historia deambulara por estos pasillos. Eugenio Espejo fue el primer bibliotecario público en 1791, creó en estas instalaciones la “Sociedad Patriótica de Amigos del País de Quito” y editó el primer periódico de la Real Audiencia, “Primicias de la Cultura de Quito.” Para 1795 y después de su participación en los movimientos independentistas, Espejo estuvo preso en el cuartel vecino que irónicamente funcionaba en la misma manzana, a poca distancia de la Biblioteca Pública.

Cerca de la época republicana, Simón Bolívar decretó la conversión de la Universidad de Santo Tomás de Aquino en la Universidad de Quito, lugar en el que más tarde (1830), se firmaría el Acta de Separación de la Gran Colombia y se constituiría el nuevo Estado ecuatoriano. Con este nuevo escenario, la ocupación del edificio también cambió. En 1832, la Casa de Moneda y la Imprenta Nacional se ubicaron en la esquina norte, se mantuvieron la Universidad de Quito y la Biblioteca Pública, y se establecieron el primer Museo y la Biblioteca Nacionales.

La dirección del Seminario San Luis y del Colegio Nacional vuelve a manos de los jesuitas que retornaron al Ecuador, gracias al auspicio del presidente Gabriel García Moreno, y desde entonces se encargan también de la Iglesia de La Compañía.

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En 1915 se derroca la antigua edificación colonial y se inician los trabajos de construcción del nuevo edificio de la Universidad Central, la misma que se ve empañada por la falta de presupuesto y por un incendio de grandes proporciones. En 1945 la Universidad firma una permuta para entregar el edificio al Municipio de Quito, aunque se traslada a la Ciudadela Universitaria recién en 1967.

Durante la década de los 60, el inmueble se utiliza de manera temporal para dependencias municipales y en 1987 se convierte en “Casa de Arte y Cultura de la Ciudad de Quito Manuela Sáenz”. En 1990 el antiguo FONSAL propone la recuperación y rehabilitación del espacio, inicia los trabajos en 1997, para finalmente reabrir sus puertas en el 2000 convertido en el CCM.