Por: María Cárdenas R.
Mayo – junio, 2013

Cristina Morrison

Los detalles rústicos propios de la construcción original en la Casa de las Tres Cruces se repiten en las áreas nuevas. Una casa rehabilitada que, para quien no la conoció antes, la separación es invisible.

 

Escribir como se interpreta una pieza de jazz es muy difícil. Sin embargo Cristina Morrison Mantilla logra transmitir pasión, energía, sensualidad y sensibilidad en cada letra y ritmo en su nuevo disco de jazz, I Love.

El placer por el jazz se hace evidente en los coqueteos de cada una de sus piezas. La certera melodía de su música es un reflejo de su personalidad, y su esencia como artista.

Su primer amor fue el piano, y a los 16 años su pasión la encontró en las artes escénicas. En el “American Academy of Arts”, en Los Ángeles, realizó su preparación artística; mientras que el gusto por el jazz se desarrolló a través de algo más intrínseco: escuchando a los grandes, como Chick Corea y Keith Jarrett, junto a su padre.

En su último disco “I Love”, Cristina se estrena como cantante y también como compositora. La vida musical la empezó mucho antes, con su banda de jazz y blues “La Baronesa y sus amantes”, junto a otros artistas como Héctor Napolitano y Christian Hidrobo.

Extravagante ecuatoriana con residencia en New York, estuvo de paso por Ecuador en una gira de conciertos para promocionar su material. Cristina es multifacética, es música, intérprete, compositora, artista de teatro, cantante, bailarina y pintora.

“Quería mantener el espíritu original de la casa como el techo del último piso que es de carrizo andino con vigas de eucalipto”.

En un transitar algo gitano, su vida se arma de vivencias en Quito, Miami, Roma, Los Ángeles, Galápagos y New York. En Ecuador tiene dos residencias, una en Galápagos, y un ecléctico refugio de paz en pleno Guápulo que tiene por nombre la Casa de las Tres Cruces.

Los detalles rústicos propios de la construcción original en la Casa de las Tres Cruces se repiten en las áreas nuevas. Una casa rehabilitada que, para quien no la conoció antes, la separación es invisible. Cuelgan en las paredes cuadros pintados por su madre, en perfecta comunión con las obras de pintores contemporáneos.

La mesa antigua, el aparador y las sillas del comedor, son obra de un famoso tallador quiteño y revelan su magia junto a estatuas y otros detalles como un piano de pared. Todo encajó perfectamente, todo es el fiel reflejo de la personalidad de Cristina Morrison.

“Todas mis casas tienen mi espíritu. Hay un estilo de decoración muy propio que dice que son mías”.

 

¿Por qué la llaman la casa de Las Tres Cruces?
No hay leyendas específicas sobre esta casa, pero sí hay un tema religioso que la rodea. La cruz de Guápulo está cerca, los nombres de las calles son todos relacionados a ello y por eso escogí ese nombre. Tiene que ver con la ubicación, pero no quiere decir que vivo cargando una cruz, ni tres.
¿Cuándo compraste la casa?
Me parece que fue en el 93. Después de comprarla empezó un largo proceso de remodelación que con todos los cambios que hicimos se convirtió en una reconstrucción. Uno de los habitantes de mi calle decía recordar haber vivido en esta casa que data de 1906. La parte antigua, que es la que da hacia la calle, la mantuvimos igual. La fachada que tiene vista hacia el valle, incluyendo la terraza de mi dormitorio, son un aumento que mantiene el estilo de la sección original. Me ayudó mucho a ampliar el área total de la casa y crear los espacios según mis necesidades.
¿Qué se mantuvo de la casa original?
Quería mantener el espíritu original de la casa: lo rústico, las vigas de madera, y el techo del último piso que es de carrizo andino con vigas de eucalipto. La casa es de adobe en su construcción original, con las paredes gruesas y todo lo propio de ese tipo de viviendas. Respetando estos parámetros, la ejecución de la obra requería de mucha técnica, para lo cual conté con el apoyo del arquitecto Francisco Peña.

¿El proceso de decoración se acopló a la remodelación?
En la decoración he combinado piezas de mi abuelo, como un comedor tallado por Neftalí Martínez, y grabados italianos del siglo XIX con elementos que mi madre compró en Oriente y Europa. También hay vasijas precolombinas, arte ecuatoriano y muebles modernos de Adriana Hoyos o Cayetano Uribe. Es un estilo un poco ecléctico, muy propio, que no choca sino que fluye.
¿Tuviste asesoría de expertos para la decoración?
No, definitivamente no. Me tomó muchos años decorarla porque lo hice poco a poco. En realidad, la casa la inauguré en el 2006, después de casi diez años sin vivir aquí. Siempre he sentido afición y gusto por la decoración y construcción, y me cuesta creer que hay gente que encarga a otra persona algo tan personal como la decoración del lugar donde vive.
 

¿Es un reflejo de tu personalidad?
Todas mis casas tienen mi espíritu. Hay un estilo de decoración muy propio que te dice que son mías. En todas tengo algo de mi madre, su alma está conmigo a través de sus muebles y sus piezas, y eso las define como mías. Cuando ella falleció, tomé los objetos que más me gustaban, y los que ella amaba, para mantenerlos conmigo. Mi madre fue amante de la belleza, la estética, la arquitectura y la pintura. Sus piezas junto a las mías convierten a la decoración en absolutamente ecléctica. Aquí lo antiguo se mezcla con lo moderno en perfecta armonía.
De los muebles que dejó tu madre, ¿Cuál es el que más te gusta?
Un moro veneciano, un biombo chino con jade y madre perla, y un telar grande de seda de la India.
¿Cuál es tu rincón favorito en la casa?
Mi sala con chimenea en mi habitación. Es un rincón muy acogedor donde recibo a la gente más cercana a mí. Prendemos la chimenea, nos tomamos algo, escuchamos música y conversamos.

Con una vista divina…
Curiosamente tienes un horizonte que me da aire. Hay unos amaneceres preciosos. En la tarde llega la neblina hasta mi casa, me cubre y aparecen colores maravillosos.

 

¿Por qué decidiste comprar una casa en Guápulo?
Cuando volví de estudiar viví en la Av. González Suárez. La primera vez que bajé a Guápulo simplemente me fascinó. Me enamoré de la vista; la atmósfera era única con una mezcla entre elegante y bohemia; la iglesia es un verdadero monumento barroco. Guápulo se había convertido en un pueblito implantado en la mitad de la ciudad, me cautivó su autenticidad.
¿Es un barrio especial para ti?
Me inicié en el teatro en el Socavón de Guápulo, a pasos de mi casa. La Fundación Socavón de Guápulo la tuvimos por muchos años con Juan Carlos Terán. Soy actriz de teatro, de cine y ahora mismo estoy muy emocionada porque tengo una película por estrenar dentro de poco, se llama Feriado. Diego Araujo es el director y guionista y trabajó muchos años en New York como editor. Antes del lanzamiento queremos ir a varios festivales.
Esta vez viniste a Ecuador como cantante…
El año pasado presenté mi primer disco, pero no mi último, y estoy aquí justo para la gira en la que visito: Cuenca, Guayaquil, Quito y Galápagos. Me ha ido tan bien, tengo tantos y tan bonitos recuerdos que estoy feliz. Haces el trabajo con mucho amor, pero nunca sabes lo que pasará.

¿Esa felicidad se refleja en I love?
He tenido sorpresas, más de las que pensé. Buenas críticas en la prensa en Estados Unidos y también en el país. Ha aumentado mi público en Ecuador y es tan lindo sentir el cariño de la gente, de la prensa, de los medios… me siento en casa. La gente es muy cariñosa, generosa, y la sensación de compartir la música con mi país ha sido muy intensa, alegre, fuerte, increíble.