Nonoy Elizalde
Por: Lorena Ballesteros
Quienes transitan frecuentemente por el sector de la avenida 6 de Diciembre y Jorge Washington habrán notado el gran cerramiento de piedra y muro blanco que circunvala ambas calles. ¿Una embajada? ¿Una residencia? ¿Un lugar deshabitado? Desde la calle poco se puede apreciar su arquitectura, pues los árboles frondosos esconden muy bien los secretos de aquella magnífica residencia, la famosa Villa Celia.
Adquirida en los años treinta por Gonzalo Zaldumbide Gómez de la Torre y su esposa Isabel Rosales Pareja, la casona guarda una invaluable obra artística y literaria; además de la riqueza histórica que devela cómo vivió la burguesía ecuatoriana durante la primera mitad del siglo pasado. Una vez cruzado el muro blanco y de piedra, e ingresando por la puerta principal de la villa, se da paso a un recorrido como pocos en la ciudad.
El olor a antiguo invade y da la sensación de estar en una casa de hacienda que parecería estar aún habitada. Se encuentra perfectamente decorada, tal y como la dejó su última dueña. En la sala principal hay muestras de la Escuela Quiteña y europea, cuadros del uruguayo Pedro Figari, y como protagonista un imponente piano de cola Pleyel con teclas de marfil. Los muebles pertenecen a la sobriedad del estilo francés de mitad del siglo pasado. En el salón de recitales hay otros pianos, incluso un piano de estudio que es una pieza poco común en este tiempo.
En el segundo piso, a lo largo de un extenso pasillo, está una muestra de la obra de los ecuatorianos Camilo Egas, Villacís y Rendón; así como del francés Honoré Daumier. Esa riqueza pictórica se complementa con una especie de paraíso musical. En una sala destinada a convertirse en musicoteca se mantiene intacta una colección de discos de carbón, otros de acetato, videos de ópera y CDs; y para escucharlos, un fonógrafo y una radiola. El salón de enfrente guarda una extraordinaria colección de piezas precolombinas que todavía no ha sido inventariada.
Al final del pasillo está la biblioteca. El aroma inconfundible de los libros antiguos penetra e invade los sentidos. Hay decenas de anaqueles en los que se puede apreciar literatura clásica, libros de música, de arte, y una exquisita colección culinaria, por mencionar algunos géneros.
Para poner en perspectiva la magnitud del legado que deja Villa Celia es indispensable conocer primero a sus habitantes. Empezando por Gonzalo Zaldumbide que fue un reconocido escritor y diplomático, quien alternó su vida entre varios países europeos así como Estados Unidos, Brasil, Perú y Colombia. Su esposa Isabel Rosales fue conocida como una de “las tres musas de Guayaquil”. Ella una virtuosa pianista, y sus hermanas Thalie y Leonor, bailarina de ballet y reconocida pintora, respectivamente.
Del matrimonio Zaldumbide Rosales nació su única hija Celia, que desde niña creció rodeada de música, libros, pinturas y conversaciones intelectuales. Por eso no es de sorprender que en esta casa se fueran acumulando cuadros, esculturas, retablos, muebles franceses, literatura clásica…
Fue Celia la última persona que residió en la villa. Ella nunca se casó ni tuvo hijos, por lo cual, una vez que fallecieron sus padres, permaneció en aquella casa como una especie de guardiana, protegiendo un lugar que ahora es patrimonio de la ciudad. Aunque heredó el espíritu itinerante de su padre y siguió viajando a Europa con frecuencia, siempre regresó a su hogar.
¿Quién era Celia Zaldumbide? Esta pregunta la hacemos a su sobrina Nonoy Elizalde, quien forma parte del directorio de la Fundación Zaldumbide Rosales. Nonoy respira y se inspira, y en esa emoción deja ver el afecto tan grande que sintió por su tía (prima hermana de su madre), fallecida hace ya tres años. “Celia era un gran ser humano, una pianista fenomenal, mi familiar más cercano aquí en Quito, alguien con quien formé un vínculo muy estrecho durante 25 años de mi vida”. Nonoy visitaba a su tía con frecuencia, siempre en su casa porque a Celia no le gustaba salir, pero desde ahí disfrutaba de la compañía de intelectuales, diplomáticos, artistas, músicos, y por su puesto, de su sobrina con quien sostenía conversaciones más íntimas y personales. “Mi tía Celia era esta casa”, añade Nonoy.
La misma pregunta también la contesta el historiador Jorge Moreno Egas, que estuvo presente en esta conversación: “Celia era una esteta”. Jorge forjó amistad con ella después de que lo contratara para inventariar los escritos y las cartas de su padre. Fue así que pasó mucho tiempo en la villa, trabajando, y a su vez conociendo mejor a su dueña. Jorge cuenta que Celia tenía mucho talento. También le gustaba escribir, y por eso emprendió la tarea de recopilar la obra artística de su tía Leonor y editar un libro que lastimosamente nunca fue presentado. También mantuvo, por muchos años, una columna sobre arte en el extinto periódico El Tiempo.
Tanto Nonoy como Jorge coinciden en que Celia fue una mujer muy reservada, quizá hasta tímida. A pesar de que tocaba el piano como los ángeles, no le gustaba hacerlo en público. “Alguna vez vine y se escuchaba el piano, mi tía no se dio cuenta que yo había entrado. Apenas sintió mi presencia dejó de tocarlo y bajó su tapa”, comenta Nonoy. Algo parecido le ocurrió a Jorge. Sin embargo, él tuvo la suerte de escucharla una vez en público, en el Teatro Sucre. Celia se presentó en un homenaje a su madre, tras su muerte. “Yo era un mocoso y Celia era grande, tanto en edad como en talento, no pensé que luego tendría un vínculo cercano con ella”, cuenta Jorge con sumo orgullo.
¿Qué sucede ahora en Villa Celia? Para llegar al momento actual de la casona es necesario retroceder a 1989, año en que se creó la fundación Zaldumbide Rosales. Bajo la tutela de Celia y con el respaldo de su familia y personalidades del medio cultural se planteó un objetivo: mantener vivo el legado cultural de dos generaciones. Celia, además de esteta, fue también coleccionista. “Por eso la importancia de que ahora sus colecciones de música, arte, arqueología y biblioteca hayan sido entregadas para el disfrute de la comunidad”, comenta Jorge.
Nonoy afirma que Celia trabajó en este proyecto hasta el final. Incluso cuando fue diagnosticada con embolia pulmonar ella le pidió “unos días más de vida”, a su médico, para dejar en orden todos los trámites pendientes. Con la muerte de su tía, Nonoy adquiere una responsabilidad “de hija”, que es la de mantener vivo el patrimonio de los Zaldumbide Rosales, tarea que comparte con otros familiares y también con el apoyo de un grupo de personas entendidas en historia, arte y cultura.
Jorge bromea con Nonoy y le dice que arrastra “el deber moral de continuar con el legado de Celia”, pero ella admite que es un honor, sobre todo porque de esa tía tan culta aprendió otras cosas que no estaban solo relacionadas con arte. Conoció otras muestras de afecto, heredó su calidez humana, aprendió a apreciar la vida y a recibir la muerte en el momento que llegue. Además reconoce la tenacidad de su tía para llevar adelante sus proyectos. “Celia tenía esta fijación por no dejar que las cosas salieran del país. Ella prefería comprar todo tipo de piezas y gastar su dinero para lograr que permanecieran en Ecuador, y que a través de ellas, las siguientes generaciones comprendieran sus raíces en términos culturales”.
Por eso, ingresar en Villa Celia es trasladarse en el tiempo y vivir un deleite sensorial. Antes de que Celia falleciera, la casa no abría las puertas al público, salvo para los recitales que ella ofrecía. Como representante de la música académica, invitaba a músicos del conservatorio o a sus propios alumnos a que brindaran conciertos en su residencia. A veces escuchaba desde lejos, otras veces compartía con los presentes.
Hace algo más de un año la operación de la Fundación se trasladó a la villa. Y ahora es posible visitarla y disfrutar de un extenso recorrido que puede durar una hora y media. Sin embargo, no se trata de una casa museo. La residencia se mantiene igual que cuando Celia estaba viva, salvo pequeñas adecuaciones que han debido hacerse para aprovecharla mejor como sitio cultural. Las visitas se pueden hacer en grupos de al menos 10 personas con reserva anticipada, y un tour guiado de la mano de Ana María Viteri, directora ejecutiva. Villa Celia también es ideal para realizar eventos que guarden la línea de la residencia: cocteles pequeños, almuerzos, bautizos…
Celia Zaldumbide es una ecuatoriana que tuvo una vida muy completa y supo aprovechar su talento, tanto artístico como culinario. Nonoy recuerda que fue una gran cocinera, y Jorge afirma que la colección de libros gastronómicos que reposan en la biblioteca, muestran algunos de sus apuntes. “Ella corregía las recetas a su gusto”. También fue amante de los animales. “Tenía ocho perros, todos rescatados, ninguno comprado. ¡Ah y dos gatos!”, recuerda Nonoy.
A pesar de que para Nonoy, Villa Celia nunca estará completa sin la presencia de su tía, siempre será un lugar emblemático, cargado de recuerdos y de riqueza. Una riqueza histórica y cultural que ella procurará mantener con vida por muchos años más.