Por:Ana María Durán
septiembre – octubre, 2011

De izquierda a derecha: Pablo Almeida, Karina Cortez, María Fernanda Riofrío, Pascual Gangotena, Pablo Ayala y David Barragán

En la esquina de la Avenida Shyris y el Pasaje Rumipamba, en pleno Parque La Carolina, se encuentra la Fundación Mundo Juvenil, un conjunto de espacios donde aprender es divertirse. A ella acuden niños de todas las edades para leer jugando en su biblioteca; observar los astros y navegar en el cosmos de su observatorio astronómico; asistir a talleres de origami u otros oficios; o jugar libres en los jardines. Cuando llevé a mi hija de año y medio a la inauguración de la recién remodelada biblioteca el mes pasado, nos recibieron un zanquero larguísimo, un kiosko de cartón, una ánfora para donaciones de libros (que fue caja de extintor y cuadro), una placa conmemorativa (que fue futbolín), un carrito de libros (que fue camilla), un triciclo-estantería, libros sobre ruedas y gritos de placer de los niños que corrían, dibujaban y leían dentro (al igual que sus padres).

En la Biblioteca de la Fundación Mundo Juvenil se lee jugando mientras los padres también se divierten

Cuando entramos, nos remontó el marco de un enorme dinosaurio de papel. Luego nos sumergimos bajo la bóveda hecha con cajas traslúcidas de exportación de frutas que desfilaban amarradas a una estructura de sillas invertidas, nos sentamos en un enorme cubo, nos bamboleamos en una colorida hamaca, atravesamos un puente colgante, volamos en un cohete de papel aluminio, leímos un libro sobre el personaje maravilloso que es Olivia (la chanchita del vestido rojo), y ni mi hija ni mi marido ni yo queríamos salir. Este escenario; montado para los placeres del juego, la lectura y el aprendizaje con un presupuesto mínimo y el apoyo de muchas personas, incluida la Embajada de España, es lo que considero un éxito del arte y la arquitectura –por eso decidí regresar a entrevistar a quienes se escondían detrás de bastidores. En el edificio administrativo me recibieron nuevas sorpresas: una mesa redonda chapada con fórmica jaspeada en blanco y negro, de los años 60, junto con sus sillas –verdaderos vintage-; varios muebles metálicos de enfermería pintados de verde; dos enormes lienzos, uno de Enrique Tábara y otro de Aníbal Villacís, que habían sido recuperados de la bodega: los tesoros escondidos de lo que la gente desecha…

¿Cuál es la historia de la Fundación Mundo Juvenil?
Fernanda: Cuenta la leyenda que hace unos 40 años, la reconocida escultora Germania de Breihl estaba paseando por el Parque El Ejido cuando se encontró con dos “pereados”. “¿Por qué no están en el colegio?”, les preguntó. “Porque las clases son aburridas”, le contestaron. Fue entonces que se propuso inventar un lugar donde la educación sería diferente, donde los estudiantes querrían estar. Unió fuerzas con un famoso pedagogo del Colegio Benalcázar, Roberto Posso Esquetini, y juntos crearon la Fundación Mundo Juvenil. El Municipio de Quito les dio en comodato un terreno en el Parque La Carolina para que pudieran hacer realidad su sueño: construir un planetario (el primero de Quito), una biblioteca, un museo, un auditorio y un edificio administrativo.

María Fernanda Riofrío, Directora Fundación Mundo Juvenil

Alexandra: En efecto, Mundo Juvenil nació en 1966 con la idea de capturar a los chicos fugados de las escuelas en un espacio para la lectura y el aprendizaje un lugar de encuentro diferente.
¿Todavía está vigente el comodato?
Fernanda: Por quince años más…
¿Y cómo se financió la construcción de los edificios?
Fernanda: Germania y Roberto tuvieron la bendición de muchos mecenas: Galo Plaza Lasso, la familia Mantilla, Granda Centeno… Los edificios fueron construidos por Granda Centeno. La Corporación Financiera Nacional financió el planetario. Pero las contribuciones no fueron solamente para desarrollar el hardware. La museografía, por ejemplo, fue revolucionaria. Paul Greenfield diseñó el museo en base a pisos ecológicos, de una forma completamente tridimensional –una aproximación sin precedentes en Ecuador. En ese entonces, en nuestro país la museografía solía simplemente desplegar una colección de objetos. Las contribuciones del sector público y de la empresa privada hicieron posible la existencia de una fundación que además de infraestructura, ofrecía talleres abiertos y gratuitos de cerámica, pintura, lectura… Los primeros 20 años fue primordialmente un campamento vacacional (y vocacional) muy exitoso. Luego comenzó a decaer, hasta el punto en que el Municipio consideró demolerlo como parte del esquema de renovación del parque. Penosamente hay oficiales que creen que en un parque sólo tienen que haber árboles y flores, cuando en realidad es vital que se lo programe con actividades.
¿Quiénes han sido los principales usuarios de las instalaciones de la Fundación?
Fernanda: Los estudiantes de las escuelas fiscales y privadas –sobre todo  los de las escuelas fiscales, que no tienen muchas opciones para sus paseos anuales. Los niños visitan la Mitad del Mundo, el YAKU (Museo del Agua), el MIC (Museo Interactivo de Ciencias, en Chimbacalle) y nuestra Fundación. En el pasado, la biblioteca convocaba a la gente que vivía alrededor del Parque La Carolina, que inicialmente estuvo rodeado de viviendas. Algunos de mis amigos la recuerdan y me dicen “yo leía Tin-Tán allí”. Tenía una de las colecciones más completas de comics franceses. En ese entonces no existía un cerramiento, tan sólo un seto marcaba los linderos del lugar. Fue cuando el FONSAL decidió “rescatar” el complejo que se lo rodeó con una malla y se pintaron de verde los edificios (solían ser de ladrillo visto).

Un anaquel en forma de bóveda hecho con cajas de exportación de fruta y sillas

Desde que asumiste la dirección de la Fundación, ¿cuál ha sido tu mayor reto?
Fernanda: Sin duda, poner a rodar el planetario. Necesitábamos conseguir los repuestos que nos  permitieran reactivarlo. Nos pusimos en contacto con la compañía estadounidense que los manufactura. Para nuestra suerte, el distribuidor para planetarios de América Latina vive en Quito: Esteban Proaño. Este maravilloso hombre consiguió que la empresa nos preste la máquina durante un año, para que podamos levantar los fondos necesarios para adquirirla.
¿Han logrado recabarlos?
Fernanda: Apenas 26.000 dólares. Necesitamos 124.000 más.
Fernanda, tú eres la creadora y gestora del Hups (www.hupsonline.com). Recuerdo cuando lo levantaste de la nada en el 2004. ¿Cómo fue que llegaste acá?
Fernanda: Justamente cuando salí de Hups, la Fundación Mundo Juvenil estaba atravesando una crisis y su Junta Directiva había decidido que necesitaba contratar una consultoría. Me llamaron. Cuando llegué, tuve la sensación de que habían cerrado la puerta para que el tiempo no pasara por aquí. Les recomendé que rescataran lo que ya había. El potencial de 30 años de historia estaba latente en todas partes. Había que desempolvarlo. Cuando culminé la consultoría me pidieron que me quedara a cargo de la dirección. Cuando la asumí, lo primero que quise hacer fue restaurar el planetario, pero conseguir los fondos fue muy difícil. La empresa privada me ofrecía apoyo para recuperar el edificio, pero yo necesitaba inversión en educación, en lo intangible. El Ec. Rafael Correa me ofreció un apoyo considerable en Agosto del año pasado, pero todavía no se ha concretado.

Reciclaje y creatividad

Fue por eso que decidiste concentrarte en desarrollar la biblioteca…
Fernanda: En efecto. Mantuvimos los mismos principios de aprovechar lo que hay y decidimos utilizar “basura” como materia prima.
¿Qué les permitió hacerla tan rápido y con tan pocos recursos?
Fernanda: Organizamos un taller e invitamos a colectivos de arquitectos y artistas a participar en él. En los encuentros iniciales conversamos sobre las necesidades de la biblioteca.
(Se suman a la conversación David, Karina, Isidro, Pablo Almeida, Pablo Ayala y Pascual)
Pascual: El taller nos sirvió para relajarnos, distendernos. Tuvimos una clase teórica, de cuatro horas, sobre sistemas de trabajo con niños.
Karina: Fueron dos días de juego, lluvia de ideas muy conceptual.
Fernanda: Casi se mueren.
Pascual: Fue el momento ideal para la construcción de conceptos.
Fernanda: Sin ese taller conceptual, no hubieran salido los juguetes que ahora ves en la biblioteca…
David: En el taller absorbimos el modelo pedagógico en base al cual se diseñó todo.

Fernanda: También delineamos algunos requisitos para el diseño. Por ejemplo, el almacenamiento de los libros tenía que ser visible y permitir que se vea la portada. Los niños no escogen un libro por lomo, título o autor; sino por portada. También nos interesaba mantener en mente el tema de la seguridad. Por otra parte, nosotros preparamos una caja blanca, porque nos interesa utilizar la biblioteca también como galería para exposiciones. Esto demandaba que todos los muebles tengan que ser almacenables, desarmables o fácilmente removibles. La razón es funcional y pedagógica. Los niños necesitan cambios continuos. La versatilidad nos permite renovar continuamente el espacio.
¿Cómo organizaron la recolección de basura?
Fernanda: Golpeando puertas. Pusimos un anuncio en Facebook. Los amigos comenzaron a responder inmediatamente: tengo esto, tengo lo otro, ve a General Motors, contáctate con un amigo que tiene una vulcanizadora de llantas… No hicimos mucho esfuerzo. Los desechos comenzaron a llegar. Al inicio recogíamos todo, sin demasiada selección. Luego comenzamos a escoger lo mejor y lo íbamos almacenando en la bodega. Nos regalaron un inflable viejo, latas. General Motors donó el material de embalaje con el cual construimos la rampa; un centro comercial nos regaló las sillas de su antiguo patio de comidas que había sido remodelado; BIC auspició el nuevo cielo raso y el suelo (el parquet original estaba completamente apolillado, la iluminación en ruinas)…

En el “escondite secreto” un contrapeso sostiene la pizarra

La recolección y organización tomó dos meses.  Presentamos el proyecto a la Embajada de España. Nos dijeron que podían financiar tan sólo un intercambio cultural. Se propuso entonces que dos expertos en diseño y reciclaje españoles colaboraran con expertos ecuatorianos. Decidimos trabajar con Al Borde, por su experiencia, y con Al-Zurich, ya que la mayoría de nuestros niños vienen desde el sur de Quito. Al-Zurich nos puso en contacto con Tranvía Cero. El trabajo se lo hizo con estudiantes voluntarios de la PUCE, la UDLA y la USFQ.

(En resumen: Fernanda + 4 Tranvías Cero + 2 Al Bordes + 2 españoles + 20 voluntarios + 15 días de 8 horas laborales + 1 auspicio de 1.500 = 1 nueva biblioteca para miles de niños.)
¿Y cómo se dio el proceso de diseño colectivo?
Pascual: Arrancamos con un recorrido. Los dos primeros días nos dedicamos a ver qué teníamos para trabajar.
Karina: También hicimos un taller conceptual con los voluntarios.
Pascual: Sí. Al inicio quisimos tener un guión para el taller, pero al final todo se construyó a partir del trabajo que hicimos juntos. Lo que  más me gustó es que desde el inicio se rompió la división “profesor especialista/voluntario”. Algunos de los estudiantes nos confesaron: “pensábamos que tendríamos que ser sus obreros, y que ustedes ya tendrían todo diseñado, que nosotros llegaríamos a construir”. Les gustó ser parte del proceso creativo. Este proyecto era su proyecto. El compromiso fue enorme.
Isidro: Fue chévere participar como voluntario. Nosotros llegamos sin saber qué iba a pasar. Sabíamos que venía gente importante, conocida, pero jamás nos imaginamos que trabajaríamos a la par. Todos aportamos.

¿Qué aprendiste?
Isidro: A hacer sin pensar tanto. Aquí probabas y hacías. Si no salía, no salía. Había que rehacer, experimentar.
Silvia: Todo se iba solucionando en el camino.
Pascual: Hubo un momento crítico, en el cual los alumnos todavía esperaban que les demos directrices. No tener claro hacia donde iban, los tensionó.
Fernanda: Casi hubo una huelga afuera.
Pascual: Sin embargo, eso hizo que aumente la productividad. Deben haber pensado “si esperamos a que ellos nos digan qué hacer, no va a pasar nada…”
Fernanda: También se rompió la noción de que el trabajo sucio no lo tengo que hacer yo, porque soy el creador. Todos hicieron de todo: limpieza incluida.
David: Sobre todo en el cierre del ciclo, cuando tuvimos que recoger la basura de la basura.
¿Utilizaron algún método para estructurar el trabajo grupal?
Pascual: No. Simplemente acciones puntuales se fueron desenvolviendo. Todos mantuvimos en mente el objetivo final: reciclar y hacerlo de manera que no tengamos que reciclar lo reciclado, para que el reciclaje se vuelva una forma de producción. Queríamos dejar claro que no necesitamos salir a comprarlo todo. Muchas veces lo que necesitamos está frente a nuestras narices.
Ayala: Decidimos juntar todo lo que pudimos, sin orden, en el espacio de la biblioteca. Esto pondría en evidencia la necesidad de reciclar.
Pascual: Íbamos buscando y diseñando mientras seleccionábamos. Buscas potencial entre cientos de objetos distintos. Luego había que probar si lo que pensaste tiene sentido.
David: Teníamos que pensar en las funciones y las factibilidades, porque la basura nunca es estándar. Jugar con la basura es como verla despertarse: de lo obsoleto, aquello que queda inerte, pueden hacerse maravillas.
Ayala: El objeto entra en el diálogo. Comenzamos a diseñar veinte objetos… íbamos discutiendo las ideas, descartándolas.
Silvia: Nos organizamos en grupos de trabajo de acuerdo a intereses: visibilización (diseñando estrategias para mostrar lo que pasa adentro, fuera); mobiliario…
Ayala: Juegos exteriores.
Pascual: La subdivisión del trabajo se dio de manera espontánea. Nadie asignó nada. Les preguntamos a los voluntarios: ¿qué herramientas saben manejar? Nos respondieron que ninguna. Poco a poco fueron surgiendo afinidades: a uno le gustaba trabajar con la amoladora para cortar metal, otros preferían pulir la madera… A un chico le encantó pintar con la sopladora y se dedicó exclusivamente a eso.
Fernanda: Al principio, el proyecto era personal: “yo hago esto, haz tú lo otro”. De repente, todos estaban haciendo todo.
Almeida: Imagínate lo difícil que es el proceso para nosotros, los que venimos del mundo del arte, quitarnos la carga del individuo creativo para ser uno más del grupo y trabajar en sintonía con los demás.
Ayala: Incluso las ideas fueron surgiendo espontánea y colectivamente. Por ejemplo, el deseo de que la biblioteca pueda transportarse a otros lugares, llegar a los barrios periféricos, inspiró el carrito móvil.
Fernanda: Y ya comenzamos a rodar, trabajando con los colegios.
Ayala: El pedagogo nos había dicho que a los niños les gustan los desafíos, que la biblioteca tenía que ser motivadora, lúdica, dinámica… las cosas en ella tenían que moverse, subir, bajar, encogerse, expandirse. Eso haría que el libro se convierta en parte de un juego; y leer, una forma de jugar.
¿Fluyó la colaboración con los expertos españoles?
Almeida: Lo que me llamó la atención de los españoles, sobretodo de Alberto, fue que mantenían en mente la condición política de la basura. Trabajar con reciclados no equivale simplemente a coger un trozo de madera de contenedor, ponerle ruedas y color. El objetivo final es transformar la materia cultural y social, reutilizarla. Hay una filosofía embutida en todo objeto. Para Alberto el mensaje era lo más importante.
Silvia: Lo que se volvió aparente es que la basura española y la ecuatoriana son distintas, y que tenemos una relación diferente con ella. Ellos entendieron que aquí no se encuentran muebles y TVs sobre las aceras. Los ecuatorianos tendemos a guardar o reutilizar muchas de las cosas que los españoles simplemente tiran.
Pascual: Hay que añadir que de ninguna manera hubo una actitud de “vamos a enseñarles a los subdesarrollados a reciclar”. Todo lo contrario, ellos sabían que éste es un tema inherente en la cultura. Lo que a ellos más les impresionó fue nuestra capacidad de tejer rápidamente redes comunitarias, de “acolite” y solidaridad.
Ayala: Ni siquiera tuvimos que salir a comprar herramientas. Todos traían lo que tenían en la casa o el taller.
Almeida: Cuando estabas entrampado, venía alguien y te ayudaba a desanudarte.
David: Este no fue un proyecto de oficina… fue trabajo colectivo. No nos conocíamos, pero todos estábamos acostumbrados a hacer trabajo de voluntariado.
¿Tienen ya un nuevo proyecto en mente, o se termina aquí la colaboración?
David: Tenemos muchos en mente. Lo más importante es que gracias a este proyecto, las redes se fortalecieron. Ahora estamos urdiendo proyectos juntos, y también con la Embajada de España.
Fernanda: También EMASEO nos ha propuesto desarrollar un plan piloto para una Basuroteca.
(Continúan los murmullos superpuestos de esta conversación colectiva. Mientras una sociedad mantenga vivos sus sueños y colabore, se va de largo…)