Edición 101

Por Caridad Vela

Esta carretilla va cargada de cal. Los errores que sistemáticamente cometemos desencadenan una serie de negativas consecuencias que echan al traste todo lo bueno que con mucho esfuerzo se ejecuta.

Voy a despersonalizar los actores en esta columna para no distraer la atención de la esencia en la reflexión. Aquí no hay racismo ni sexismo, no hay discriminación ni compasión, no hay culpables ni inocentes, hay, eso sí, un pecado que como sociedad debemos aceptar haber cometido.

SAN FRANCISCO DE QUITO

Quito, con la actual administración, se ha convertido en una canica que gira interminablemente sin rumbo fijo, impulsada solo por la ley de la gravedad en una pendiente muy pronunciada. No solo es que no avanza, es que el gobierno local hace todo lo posible por trabarla para que no gire ni por inercia. Lo que sucede en Quito es inadmisible.

Tres meses han transcurrido con un municipio descabezado en el Distrito Metropolitano de Quito, Primer Patrimonio de la Humanidad, capital de Ecuador. Un día tenemos un alcalde y al siguiente es otro el que ocupa el cargo. Un día se lo destituye y al otro se lo restituye. Una firma que ayer valía, hoy no sirve para nada. Las puertas del limbo se han abierto para los quiteños.

Si bien es cierto que las leyes existen para ser aplicadas, también es cierto que todo tiene su límite. Existen los recursos de amparo para proteger a los ciudadanos y permitir instancias para probar su inocencia, también es legal recusar a un juez por razones que invalidarían su probidad para actuar en un caso. Es cierto que el Tribunal Contencioso Electoral es la autoridad mandante en casos que se relacionan con cargos de elección popular, y no menos cierto es que la Corte Constitucional es el máximo organismo para determinar si tal o cual acción está ceñida a la ley o la viola.

Pero también es cierto que los protagonistas de esta situación deben medir el alcance de sus acciones y decisiones. La respuesta de autoridad competente en un caso de tanta urgencia no puede, ni debe, tomar más de lo estrictamente necesario. La vacancia judicial debe interrumpirse si la urgencia es de vida o muerte, como ciertamente lo es. La normativa da plazos máximos para atender estos casos, pero no prohíbe, señores, no prohíbe, ser eficientes y actuar antes del plazo. En más de tres meses nadie ha tenido el valor de resolver esta nefasta situación y poner un pare a la caída libre que lleva a Quito al despeñadero.

Al fondo de ese despeñadero hemos descendido gracias a la degeneración de valores que estamos sufriendo, y lo grave es que parecería que vamos acostumbrándonos. Ya dejó de llamar la atención tener alcalde, prefecta y asambleístas con grillete o bajo investigación por oscuros procederes. No, eso no es lo que sorprende. Lo que indigna es que la decencia haya caído tan bajo que estos personajes siguen ocupando sus cargos a vista y paciencia de autoridades y ciudadanos, porque la ley se lo permite.

Y es aquí donde el ser humano debe probar que no es empaque sin contenido, y que lo que lleva por dentro es lo que manda en su accionar. Incrédulos hemos visto que las renuncias de estos personajes no se han dado por voluntad propia, cuando lo lógico era dar un paso al costado hasta que se aclare la situación, no solo por dignidad y decencia, sino por responsabilidad con la ciudad y sus mandantes.

Pero no. Entre amparos y recusaciones dirigidas por un ejército de abogados que, recalco, actúan dentro de lo que permite la ley pero no la ética, la otrora maravillosa ciudad de San Francisco de Quito enfrenta un negro futuro.

Mientras se respeta la ley, la dignidad de los quiteños está siendo sistemáticamente violada. La ausencia de un pronunciamiento que ponga la casa en orden deja ver una gran dosis de cobardía de ciertos actores que temen pronunciarse a favor o en contra. Me pregunto, ¿será por falta de valor o por exceso de recompensa?

Hay quienes piensan que la única salida sería la renuncia de todos los miembros del Consejo Metropolitano, para así forzar al alcalde (sea cual fuere) a hacer lo mismo, y que ante esta hecatombe el organismo competente se vería obligado a llamar a elecciones anticipadas. Pero esto requeriría de una acción conjunta de tirios y troyanos, que es utópica.

Podríamos culpar de esto a los líderes políticos por postular candidatos improvisados para las más altas dignidades, o podríamos culpar a quienes aceptan esas postulaciones sin tener experiencia alguna, o tal vez apuntar a sus padres y madres por no enseñarles a distinguir el negro del blanco. O podríamos hacer una introspección y apuntar el error hacia cada uno de nosotros por fallar en las urnas y entregar el mando de la ciudad sin siquiera un ligero análisis de las virtudes y defectos del candidato.

También debemos mirar la situación desde otra arista: no es suficiente mirar los toros de lejos, es muy fácil protestar desde el tendido. Si queremos verdad y valor para ejecutar actos con honestidad, debemos ser protagonistas y no espectadores. De lo contrario somos cómplices y culpables por omisión.

La sociedad está enferma de gravedad, y para esto no hay vacuna.

HABLANDO DE VACUNAS…

El Presidente Lasso merece un sonoro aplauso por el plan de vacunación que en estos meses ha ejecutado. Más allá de cumplir un reto numérico, lo que ha hecho es elevar la moral de los ecuatorianos al poner en evidencia lo que significa desprenderse de fanatismos políticos y actuar con sentido de país.

Gobierno, empresa privada y pública, han formado un noble espíritu de cuerpo para apoyar la reactivación y beneficiar a la ciudadanía. Lo han hecho sin descanso y nos han permitido participar en esta etapa de reconstrucción. Nos han empoderado de nuestro futuro, nos han hecho responsables del mañana que juntos podemos alcanzar.

Tal vez lo más importante ha sido verificar que las promesas de campaña no fueron voces populistas para ganar votos, sino verdaderos compromisos asumidos por un candidato honesto. Esto, en este mundo invadido por la corrupción, es una luz brillante al final del túnel.

Pero cada moneda tiene dos lados. Las promesas se cumplen cuando solo dependen de quién las hace, porque, lamentablemente, si hay otros actores involucrados podrían quedar en buenas intenciones. Me refiero a situaciones en las que la buena voluntad del Presidente no sea suficiente, su gestión podrá verse truncada en la Asamblea Nacional, y ya todos sabemos que ahí no tiene mayoría.

¿Qué lo llevó a perder la mayoría? La actitud honesta y valiosa de no ser parte de una troncha con el correísmo y sus secuaces, que tarde o temprano condicionarían su apoyo con nubladas intenciones. Sepa, Señor Presidente, que tiene el respaldo de una ciudadanía que está cansada de ser víctima del malabarismo político.

Queda mucho por hacer, esto no ha hecho sino empezar.