Por Caridad Vela

Los bienes patrimoniados son testigos de la historia de las ciudades y guardan celosamente importantes matices de otras épocas, pero en Quito la mayoría de ellos están en el olvido, deambulando en un trágico limbo existencial.

¿Revelan la exquisitez de lo que fue la ciudad de antaño o son las cenizas de aquello que un día existió? La falta de recursos para mantenerlos, sumada a la ausencia de una ágil normativa que les dé valor presente, o les otorgue nuevos usos, trae consecuencias de impacto negativo tanto para el inmueble como para la zona aledaña.

Los bienes patrimoniados pueden, y deben, convertirse en valiosos activos de la ciudad. En Quito, Patrimonio Cultural de la Humanidad, algunos de estos bienes han sido restaurados, otros han sido objeto de renovaciones importantes, pero la gran mayoría ven acercarse negro el futuro que les espera.

Es indiscutible que el patrimonio debe ser más que solo una memoria, tiene que ser una expresión de la fuerza y vitalidad de una ciudad, tiene que renovarse y ser un aporte tangible y visible a la calidad de vida de la comunidad que lo rodea, pero más allá de eso, debe contribuir a una ciudad contemporánea y vibrante, que sea atractiva para todos los ciudadanos.

Bienes Patrimoniados - Revista CLAVE Bienes Raíces
Hospital San Lázaro ©Bicubik

Muchos arquitectos coinciden en la necesidad de transicionar del concepto de patrimonio estático al de patrimonio dinámico, es decir para evitar que una edificación patrimonial se vuelva obsoleta, con lo cual además volvería obsoleto al barrio, se la debe conceptualizar en función de su potencial actual, y de la armonía con la que se le integre al entorno.

¿Qué nos ha llevado a esta situación?

Partamos de la premisa de que los inmuebles patrimoniados tienen décadas, cuando no siglos, de existencia. Eso significa que el barrio señorial de antaño probablemente dejó de serlo, y el crecimiento de la ciudad llevó a sus dueños a mudarse a zonas en desarrollo. Estamos hablando de inmuebles que han sido heredados de generación en generación, y en cada una se ha multiplicado el número de propietarios causando situaciones complicadas de manejar, sobre todo porque un inmueble “viejo” genera muchos más gastos que ingresos.

En Ecuador existen dos niveles de protección patrimonial: protección absoluta y protección parcial. Un ejemplo de protección absoltua, que no requiere mayor explicación, es la Iglesia La Compañía de Jesús. Nadie en su sano juicio se atrevería a intervenirla.

La protección parcial implica que los inmuebles así categorizados pueden ser rehabilitados o modificados, siempre y cuando superen una serie de restricciones de tipo normativo y procesos burocráticos.

A nivel local, el Municipio del DMQ cuenta con el programa de Quinta Fachada que incluye colocación de cubierta provisional, reparación y consolidación de las cabezas de muros, instalación de cubiertas con materiales nuevos, impermeabilización, nuevas instalaciones eléctricas y cambios de canales y bajantes. Si bien es un esfuerzo válido por evitar el absoluto deterioro de algunos inmuebles, no necesariamente logra el objetivo de volverlos habitables.

¿En qué nos hemos equivocado?

Evidentemente el análisis de fondo no ha sido el adecuado. El nivel de protección patrimonial y las políticas de gestión deberían considerar el carácter y función del bien, y proyectar esa función en relación al futuro de la zona, de la ciudad y de la sociedad que ha de pagar impuestos para mantenerlo.

Por ejemplo, si es un bien que para su subsistencia requiere de ciertas dinámicas económicas o sociales, hay que revisar qué tan conveniente es que se le dé un nivel de protección absoluta. Entendamos bien, la protección absoluta implica no tocar el inmueble, no modificarlo, no traerlo a valor presente. En otras palabras, dejarlo como “pieza de museo” hasta el fin de los días.

Si analizamos el carácter y función de esos bienes patrimoniados, como sucede en varios lugares del mundo, veremos que en muchos casos es imperativo, y hasta rentable, darles nuevos usos para alargar su vida práctica y convertirlos en un aporte a la ciudad.

El gran problema es que la rehabilitación y puesta en marcha de nuevos usos requiere de inversiones para hacerse realidad. Hoy en día el Municipio no disponde de los recursos necesarios para lograrlo, y adicionalmente, el acceso a esos escasos recursos por parte de los propietarios de esos bienes inmuebles resulta casi utópico, pues existen trabas gubernamentales y tramitología que limitan este derecho.

Un ejemplo para clarificar lo dicho: solamente en el Centro Histórico de Quito hay más de 5.000 inmuebles patrimoniales. De estos, en el año 2016, solo 70 inmuebles recibieron la totalidad de los recursos del Programa Quinta Fachada del Municpio del DMQ. El desfase de la proporcionalidad numérica es sorprendente.

Para agravar más el asunto, a partir de este año se incrementa el inventario de inmuebles patrimoniales de Quito con la inclusión de 144 inmuebles que ahora constan en la Declaratoria Patimonial de La Floresta, casi convirtiendo a la zona en un barrio patrimonial.

¿Qué ha suceido con los barrios patrimoniales?

Uno de los principales problemas es la despoblación, ya que sus residentes buscan mudarse a zonas nuevas ante el deterioro del vecindario. Basta ver lo sucedido en el Centro Histórico de Quito donde ya prácticamente no queda nadie. La administración municipal, en lugar de mantener poblado el híper centro, se ve en la obligación de expandir la construcción de infraestructura hacia nuevas zonas, y enfrentar altos costos.

Otro grave problema es que al no poder convertir o regenerar esos inmuebles, hay subutilización de suelo y pérdida de valor económico del mismo, que para mala suerte tiene efecto de contagio hacia los bienes aledaños, dando paso a una cadena de deterioro social, estético y funcional.

Y tal vez el peor de todos los problemas es el costo de rehabilitar un bien patrimoniado. Citemos al Centro Histórico de Quito como ejemplo. El costo promedio por m2 de rehabilitación en esta zona es de entre $700 y $1,200.

Hagamos una operación matemática para alejarnos de expresiones etéreas y aterrizar en la realidad. Quito tiene más de 10.000 inmuebles patrimoniales, de los cuales el 90% son privados. De acuerdo al Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP), el 48.5% de esas edificaciones se encuentra en estado regular y malo.

El presupuesto del IMP para el año 2021 es de $9.560.000. Según esto, si el total de ese presupuesto se destinase a mantenimiento de la mitad de los bienes patrimoniales, es decir solo 5.000 inmuebles, cada propietario recibiría apenas $2.000 en total por inmueble. Si el el valor por m2 de rehabilitación es de aproximadamente $700, apenas se podría rehabilitar unos tres m2 de cada inmueble.

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Hotel Colonial © Arquitecturapanamericana.com

Además, el 90% de los edificios patrimoniales con áeras mayores a 10.000m2 no tiene un modelo de sostenibilidad ni una función social activa, cuando son precisamente esos espacios los llamados a acoger nuevas dinámicas sociales y económicas en beneficio de los ciudadanos.

Esta es la razón por la que los inmuebles patrimoniales terminan abandonados o tugurizados, sumado a que la ciudad no cuenta con una política efectiva para rehabitar y revitalizar el Centro Histórico, que cada año pierde más población residente, cae en el abandono al tener múltiples inmuebles abandonados que se convierten en focos de inseguridad social, lo cual decanta en pérdida de valor tanto del bien cuanto de los bienes aledaños a estos inmuebles patrimoniales.

¿Quisiera usted ser dueño de un bien patrimonial?

Lo que en otras ciudades del mundo es un honor que se lleva con orgullo, en Quito resulta un dolor de cabeza porque esta designación impone cargas económicas a los propietarios y conlleva la obligación de conservar y mantener esta “joya” histórica que es el bien patrimonial.

Si por fortuna el propietario goza de una boyante situación económica, deberá enfrentar un proceso lento y costoso para lograr la aprobación de proyectos de rehabilitación de su inmueble patrimoniado; además se econtrará con restricciones para edificar lo que a su juicio debe ser el nuevo uso de ese patrimonio.

¿Qué dice la gente?

Varios medios de comunicación en distintos artículos mencionan que la mayoría de la población considera que las ciudades capitales deben ser modernas e innovadoras en términos de arquitectura. Hay una preferencia por el desarrollo y dinamismo ecómico, así como por la generación de empleo, por sobre la conservación de patrimonio y la armonía arquitectónica.

La gente considera que los inmuebles patrimoniados pueden ser reemplazados por proyectos interesantes que acompañen al dinamismo económico y a la oferta de espacios y servicios públicos. Además están de acuerdo en que las construcciones patrimoniales afectan la imagen de los barrios al ser muy viejas y estar descuidadas.

La consideración mayoritaria es que para que un bien patrimoniado sea conservado como tal, debe estar bien cuidado, debe favorecer a la dinámica de la comunidad y aportar de alguna manera al barrio y la comunidad.

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Hotel Colonial © Arquitecturapanamericana.com

¿Conclusión?

La necesidad de crear y generar dinamismo económico en la capital supera a la actual concepción de protección patrimonial, porque el patrimonio deteriorado y abandonado no es un activo económico ni cultural, es todo lo contrario. Se convierte en un pasivo social, económico y político, además demuestra la falta de compromiso de las autoridades con el patrimonio histórico que llevó a Quito a ser el Primer Patrimonio Cultural de la Humanidad.

La verdad sea dicha. Sí se puede conservar bienes patrimoniales y darles otros usos. En el conversatorio del Colegio de Arquitectos del 21 de marzo, el arquitecto invitado Nivaldo Viera, reconocido arquitecto brasilero y Presidente del Instituto Brasilero de Arquitectos de Brasil (IAB), reconoció que se puede conservar lo cultural, y simultáneamente darle un uso comercial, citando el caso de las intervenciones que se dieron en Portugal en los 90, la transformación del Fondaco dei Tedeschi en un Centro Comercial, y el edificio Central de Correos de Amsterdam. 

Además, existen ejemplos de intervenciones contemporáneas en monumentos culturales del siglo XX como el Hearst Tower en Nueva York, que elevó notablemente el valor comercial del inmueble y lo convirtió en la sede mundial del Hearst Corporation, que abarca a las empresas de comunicaciones Cosmopolitan, Esquire, Marie Claire, Harper’s Bazaar, Good Housekeeping y Seventeen. 

En Rotterdam, la antigua oficina de correos, que data de 1916, se está transformando en un centro cultural. El antiguo edificio se conectará con una nueva torre de 43 pisos que será construida en el patio trasero de la antigua oficina. La nueva torre tendrá usos residenciales, de retail y de alojamiento.

¿Podremos seguir el ejemplo y aprender de las acertadas decisiones tomadas por distintas administraciones de grandes ciudades?