Por María Gracia Banderas
En un momento en el que el interiorismo español consolida su madurez profesional y dialoga de tú a tú con las grandes capitales europeas, el nombre de Adriana Nicolau se ha consolidado como una voz coherente, inquieta y profundamente intuitiva.
Su trayectoria responde a una sucesión de descubrimientos guiados por la observación y una pulsión creativa que, con el tiempo, se ha traducido en un lenguaje propio: una arquitectura interior que busca el equilibrio entre emoción, técnica y durabilidad estética. “Todo en mi vida me acababa llevando a este punto”, explica. “Mis estudios iniciales fueron financieros, pero en cada trabajo terminaba diseñando las oficinas o cambiando distribuciones. Me di cuenta de que quizás este era mi destino.”

Esa transición desde un ámbito ajeno al diseño hacia una práctica profesional sólida y reconocida ha marcado su mirada. Adriana se define como autodidacta en sus inicios y reivindica la experiencia de obra como su verdadera escuela: “Mi formación en obra desde cimientos me dio el ‘must’ que faltaba y que no te da ninguna academia. Luego, la universidad me dio la base técnica para presentar ideas, pero la creatividad y la resolución te las da la experiencia y el don con el que naces.”
Esta doble raíz, intuición y técnica, atraviesa todo su trabajo y explica la madurez de un estilo que se ha ido depurando sin perder su esencia. “Soy totalmente fiel a mí misma, pero con una evolución técnica y un estilo más maduro con los años. Tengo muy claro en qué tipo de decoración me siento cómoda y dónde disfruto más del proceso.”

Esa fidelidad a la propia voz es también una declaración ética. Adriana es tajante cuando habla de sus valores de diseño: “El plagio. Es algo innegociable. Soy muy creativa y me canso pronto de todo, necesito buscar nuevos caminos. No entiendo a la gente que necesita replicar un diseño con todo lo que hay de creación en nuestro mundo. Inspiración sí, plagio no.”

En tiempos en que la proliferación de imágenes en redes sociales tiende a homogeneizar estéticas, su defensa de la autenticidad adquiere relevancia. Como apuntan estudios recientes del Design Management Institute, la diferenciación a través del relato material y conceptual es uno de los pilares del interiorismo contemporáneo de autor. Adriana lo encarna desde una práctica que no se limita a la estética, buscando dotar de alma a los espacios.
Sus proyectos se distinguen por un equilibrio entre lo clásico y lo contemporáneo, con una lectura muy personal de los códigos decorativos. Un ejemplo paradigmático es el proyecto Salamanca, la transformación de un antiguo almacén madrileño en una vivienda de alto confort. “La primera visita fue un shock, le llamaba ‘la casa colorines’. Eran antiguas oficinas pintadas con los tonos corporativos de cada departamento: naranjas, morados, amarillos… horroroso”, recuerda entre risas.

La intervención consistió en desmontar por completo la estructura interior para crear un espacio residencial luminoso y articulado con materiales nobles, molduras clásicas y una estrategia lumínica precisa. “Creamos techos con foseados que integraban las molduras y sirvieran de luz cenital. La luz baña las estancias y se apoya en focos donde queríamos resaltar algo.”

El proyecto, que combina suelos en espiga, dorados discretos y un dominio artesanal de los revestimientos, ejemplifica su manera de entender la elegancia: un “lujo silencioso” basado en la calidad táctil y en la sensación de permanencia. “Tratamos de que todo respirara ese ambiente de lujo silencioso, que pareciera que todo llevaba allí muchos años, aunque la realidad era otra.” Esa búsqueda de autenticidad material conecta con una tendencia general en la arquitectura interior europea: la vuelta a los materiales honestos y a los acabados que muestran la huella del tiempo. En ferias como Maison & Objet 2025 o Salone del Mobile, esta sensibilidad se ha manifestado en la recuperación de la artesanía local y en el uso de superficies naturales como piedra sin tratar, madera reciclada o tejidos de fibras vegetales.
Otro rasgo esencial de su práctica es la gestión de la relación con el cliente, que ella define como un ejercicio de empatía y diplomacia: “Es la parte más difícil del proceso…. siempre pensando en cómo me gustaría a mí que me abordaran. Normalmente me enfrento a dos o más opiniones y hay que aunarlas a todas. Se trata de empatía…” Esa habilidad para traducir deseos en decisiones concretas es una de las competencias más valoradas en el diseño contemporáneo, donde la figura del interiorista se ha desplazado de la mera ejecución estética hacia la consultoría espacial y emocional.
Cuando Adriana trabaja en proyectos públicos o de exposición, como Casa Decor o Madrid Design Festival, su proceso cambia radicalmente. “En estos proyectos soy más libre para crear, son espacios donde la creatividad, originalidad y teatralidad ganan enteros. Son muy divertidos.” Esa distinción entre lo residencial, más íntimo y negociado, y lo expositivo que es más experimental, evidencia la amplitud de su registro y su capacidad para adaptarse sin diluir su sello.

En el ámbito técnico, Adriana se muestra especialmente atenta a la integración de la domótica y las soluciones sostenibles. “Cada vez más contamos con productos que nos resuelven esas necesidades, es más fácil integrar materiales ecológicos que ya no son tan básicos como antes. La tecnología llegó para quedarse: sistemas domóticos, automatismos en tareas que antes eran manuales… son indispensables.”
Su enfoque pragmático coincide con la tendencia general hacia la sostenibilidad aplicada, que prioriza el confort, la eficiencia energética y la durabilidad frente a la estética “eco” superficial. Según el último informe de World Green Building Council, el 39 % de las emisiones globales de CO₂ proviene de la construcción y el uso de edificios, por lo que la integración de sistemas inteligentes en interiores se ha convertido en una exigencia estructural más que en una opción de diseño.

El ático MS11, uno de sus proyectos más representativos, simboliza esa convergencia entre libertad creativa y confianza del cliente. “Los propietarios creyeron fielmente en mí y me dieron total libertad en todos los aspectos, y eso se refleja en el ambiente.”

La confianza, subraya, es la condición que permite que un espacio trascienda la corrección para convertirse en una experiencia estética completa. Esa libertad también la enfrentó a retos como el ático de la calle Segovia, donde una pareja joven de actores exigía un enfoque radicalmente personalizado: “Tenían ideas muy claras y muy artísticas. La vivienda era un dúplex con una distribución antigua que dejamos totalmente a cero. Fue un tetris de requisitos, sostenibilidad y estructura. Tuve que dejar de lado mis convicciones para que ellos se sintieran cómodos y poder crear su hogar.”

El respeto por la diversidad de estilos y la capacidad de conciliarlos dentro de un hilo conductor definen su lenguaje como ecléctico racional: un eclecticismo que no se basa en la mezcla gratuita, sino en la armonización proporcional de las piezas. “Todo se basa en el equilibrio y en un hilo conductor. Cada espacio debe respirar atemporalidad, elegancia y clasicismo, con notas de tendencia y toques de color para darle un punch.” Esa noción de “atemporalidad con acento contemporáneo” resuena con la tendencia que muchos analistas denominan soft classicism, un retorno al orden y la proporción reinterpretados desde la sensibilidad actual.
En cuanto a la noción de lujo, Adriana reformula el concepto con una mirada que se aleja del exceso: “Para mí el verdadero lujo es el espacio y la luz natural. Si podemos utilizar materiales nobles y artesanos, tendremos el proyecto perfecto, sea minimalista o barroco.” Su definición coincide con la línea que teóricos como Ilse Crawford o Vincent Van Duysen han defendido en los últimos años: el lujo entendido como bienestar sensorial, serenidad y permanencia. En este sentido, su obra se sitúa dentro de la corriente que privilegia la experiencia del habitar.

Durante la ejecución del proyecto Salamanca, Adriana se enfrentó a desafíos estructurales que obligaron a repensar la distribución. “Instalar siete baños donde solo existía una bajante original fue un reto. También fue complejo convertir el antiguo archivo del paso de carruajes en el baño principal sin suelo ni ventilación, pero lo resolvimos con conductos disimulados entre estancias.” Este tipo de soluciones demuestran una comprensión técnica profunda, fruto de esa formación “desde los cimientos” que ella reivindica como base. Para garantizar el confort, reforzó el aislamiento en 360 grados, mantuvo la calefacción central original y distribuyó aire acondicionado por conducción, configurando un sistema de climatización integral.

El resultado final de este proyecto refleja lo que Adriana define como su mayor aprendizaje: “Convertir en realidad el sueño de mis clientes y ver sus caras de felicidad es mi mayor satisfacción. En este caso, al tratarse de una familia, fue un desafío hacer felices a todos.” Esa dimensión emocional es, según ella, el motor del diseño de interiores contemporáneo: la creación de entornos que respondan a la identidad y al ritmo vital de quienes los habitan.
Respecto al futuro del sector, la diseñadora es optimista: “estamos viviendo unos años muy dulces. Podemos movernos libremente entre residencial, hostelería, barcos o aviones. En España nos está costando que la gente confíe en nuestra profesión, pero ahora se está entendiendo que somos mucho más que decoradores: amortizamos los espacios y damos un valor extra a las propiedades.” Sus palabras coinciden con la tendencia actual en el mercado español, donde la figura del interiorista ha adquirido un papel estratégico en la revalorización inmobiliaria y en la creación de experiencias de marca.

Sobre las nuevas herramientas digitales, Adriana reconoce su utilidad, pero advierte sobre el riesgo de uniformización: “La inteligencia artificial facilita mucho el proceso, pero la mente creativa tiene que estar detrás. La IA se basa en copias de proyectos de referencia, y nuestro oficio se basa en la innovación.” Esta reflexión apunta a una de las tensiones centrales del diseño actual: el equilibrio entre tecnología y autoría, entre eficiencia y singularidad.

En su horizonte personal, la arquitecta tiene un sueño pendiente: “llevo años detrás de poder ejecutar un hotel de montaña. Es mi sueño.” Ese deseo resume su concepción del oficio como exploración continua. Y aunque la práctica profesional le ha ofrecido “proyectazos”, como ella misma los llama, su discurso sigue cargado de curiosidad y humildad.
Al final de la conversación, Adriana sintetiza su filosofía vital y profesional en un consejo dirigido a las nuevas generaciones: “Es un oficio maravilloso si tienes un carácter abierto, resolutivo y emprendedor. Mantente fiel a tus principios, pero hay que surfear la ola según vienen los proyectos para no caer en la frustración. Así te divertirás mucho con tu profesión, que al final es de lo que se trata.”

En tiempos en que el interiorismo oscila entre la globalización de tendencias y la búsqueda de identidad local, la obra de Adriana Nicolau propone un equilibrio posible entre rigor técnico, sensibilidad estética y autenticidad emocional. Sus proyectos no aspiran a ser fotografías perfectas, sino lugares habitables donde la luz, el material y la memoria dialogan con naturalidad. En esa síntesis entre el oficio y la emoción reside su mayor aportación a la arquitectura interior española contemporánea: la reivindicación del espacio como un reflejo sincero de quienes lo viven.
