Por Lorena Ballesteros
La creatividad artística tiene un precio. Ese que se paga con largas noches de trabajo, insomnio, insatisfacción, autoexigencia y la constante búsqueda de aceptación y reconocimiento. Determinado por las condiciones de ese universo nació y creció Saúl Endara. Desde muy pequeño comprendió que la mejor forma de expresión era esa que se producía con el contacto de un lápiz o un crayón entre sus dedos. Con el paso de los años consiguió expresarse también con una cámara y constató que una imagen vale más que mil palabras.
Para resumir los primeros años de su infancia tendríamos que revivir a Gabriel García Márquez, para que sea él quien lo narre. Pues, por los salones de su casa desfilaron presidentes, periodistas, escritores, empresarios, intelectuales… esos personajes se movían a través de esculturas de maíces gigantes, huevos, cebras, caballos albinos, volcanes activos con fumarolas de aves. Todas imágenes propias del realismo mágico que inspiraron la obra de su padre, Gonzalo Endara Crow.
Pero a Saúl nada de esto le sorprendía. Era la cotidianeidad, el día a día para el hijo de uno de los principales referentes artísticos de Ecuador del siglo XX; y de quien pudo disfrutar muy poco. Lastimosamente Endara Crow falleció cuando Saúl tenía seis años. La pronta partida de su padre le dejó un vacío. Una especie de hueco que en ocasiones se convierte en su sombra, otras en un pedestal, y muchas en una luz que guía su camino, porque su padre nunca ha dejado de ser su brújula.
Saúl Endara
Es indiscutible que Saúl haya nacido con talento innato. Puede decirse que el hijo de un maestro no necesita lecciones. Que por eso ganó un concurso de pintura cuando apenas sabía leer y escribir. Que aprendió a manejar una cámara fotográfica sin haber tomado una sola clase, o que su pincel sabe perfectamente por dónde moverse cada vez que toca un lienzo. Sí, el talento, el arte, la creatividad, le corren por las venas.
Quizás la cuestión sea preguntarse, ¿qué hacer con esas habilidades? Una respuesta en la cual Saúl ha venido trabajando desde que tiene uso de razón. Su meta ha sido la de construirse una identidad propia, sin sombras ajenas, sin paradigmas, sin falsas expectativas.
Cuando nos juntamos para charlar y sostener esta entrevista, Saúl me recibe en su casa. Descalzo, caminando de un lugar a otro, mientras despliega los lienzos que muestran su obra pictórica más reciente. No es que haya dejado completamente la fotografía, está en receso mientras se concentra en terminar todos los cuadros para su primera exposición.
Quienes lo siguen en sus redes sociales saben que el joven quiteño es uno de los fotógrafos profesionales más demandados para producciones de moda. Ha publicado fotografías en Vogue, también ha colaborado en campañas publicitarias de reconocimiento nacional. Su carrera como publicista la inició a los 16 años, la de fotógrafo a los 24 y por lo visto, en la década de sus treinta apunta hacia la pintura.
Mientras Saúl se mueve con agilidad por el espacio que conecta la sala y el comedor de su apartamento, yo me quedo quieta, interpretando sus trazos. Cuando le pregunto cómo se llama la obra, me responde con picardía, “I´m not crying, you are crying” (Yo no estoy llorando, tú estás llorando). A partir de sus palabras voy encajando las piezas de este rompecabezas que componen a Saúl, que es tierno y juguetón como un niño, que es intenso como un rayo de sol, que es inquieto y curioso como todo gran artista, que es sensible como aquellos que han lidiado con la pérdida desde que son niños.
Saúl pinta en azul, como lo hacía su padre. Se dibuja a sí mismo en ese color. De hecho, él aparece en casi todas las pinturas. En la mayoría se muestra ahogado, estancado, atrapado… sus cuadros son una declaración, una denuncia social. Dice que está asfixiado por la sociedad efímera, casi líquida en la que vivimos. Le agobia que el éxito se mida en likes y followers. Está en constante búsqueda de contenido más profundo.
Me ofrece café. Mientras saboreo el contenido de una taza caliente, me fijo en que Saúl ha apurado dos tazas completas. Su conversación es un ir y venir de ideas, de reflexiones y sentimientos que le brotan a flor de piel. Sí, definitivamente hay ansiedad.
Hasta antes de la pandemia trabajó para varias marcas multinacionales. Cerró contratos también en el extranjero. Cuando el mundo se decretó en cuarentena, Saúl se encontraba en Nueva York. Pensó que lo mejor sería regresar a Quito porque si se encerraba en 20 metros cuadrados habría puesto en riesgo su cordura.
¿Qué te produce tanta ansiedad?
Vivir me da ansiedad. El trabajo me da ansiedad. La sociedad me da ansiedad. Cumplir con mis metas. No es algo en particular, es todo en general. Pero si tengo que ser más específico, te puedo decir que me genera ansiedad que seamos desechables. Vivimos en el mundo del “what´s next”.
¿Hay una relación con la insatisfacción?
Definitivamente. Vengo de una familia de overachievers que me puso la vara muy alta desde que nací. Es por eso que crecí pensando ¿cómo voy hacer para sobresalir en esta tribu?
Debe ser difícil ganar espacios propios, sin que el nombre de tu papá influya en la manera en que te miran y valoran, ¿cómo ha sido ese proceso de deconstrucción y construcción?
Desde que tengo memoria quise ser artista. Definitivamente hubo una influencia de mi papá, que es y será mi héroe número uno. Empecé a dibujar cuando tenía un año, mi mamá guardó todos mis bocetos. Entonces mi meta estaba súper clara. Pero en un momento de la vida me fui por el camino de la publicidad, que es también una carrera creativa, pero en la que no tenía la sombra de otras personas. Paralelamente fluyó la fotografía. Ahora, a mis 30 años y con identidad propia, estoy regresando a mis bases e iniciando una relación estrecha con la pintura. Curiosamente, mi papá también comenzó a pintar a esa edad.
Pero pintabas desde que tenías un año. ¿El talento era innato?
Hay una memoria genética. Pinté durante los primeros años de mi infancia y nunca fui a clases de pintura. De hecho, me pasó algo lindo y triste a la vez. El primer concurso de pintura que gané fue cuando tenía seis años, ese mismo fin de semana mi papá falleció.
Conociste muy poco a tu papá y sin embargo está en ti a cada paso. ¿Cómo distinguir qué es real y qué es imaginario del personaje que tú has construido?
¡Uf! Vuelvo a la memoria genética. Yo me paro y cruzo los brazos y mi mamá me dice “así se paraba tu papá”. Tengo su mirada. Los dos somos zurdos. Son cosas que no las veo, pero sí las siento, y con esos elementos he construido la mejor versión posible de él.
Te proyectas como un artista polifuncional. Sabes de publicidad, eres fotógrafo, productor y también das un taller para que las personas sepan cómo posar frente a la cámara. Cuéntame de ese novedoso servicio.
El social media se convirtió en un must de nuestra generación. Pero para ser exitoso en ese medio necesitas desarrollar varias habilidades. Debes ser fotógrafo, curador, redactor, director de comunicación y aprender a posar frente a la cámara. He trabajado tantos años con modelos y armando grandes producciones que sé perfectamente cómo dirigir a las personas para que saquen provecho de su imagen.
Pusiste en pausa a la fotografía ¿De qué te cansaste?
De la constante búsqueda de la perfección. No quiero mostrar a una mujer porque es sexy, quiero ir más allá. Me inquieta la idea de mostrar otros escenarios, con nuevas protagonistas. Como un día en la vida de una mujer presidente. O buscar heroínas locales, como las madres solteras. Eso me motiva más que mostrar el último vestido de un diseñador famoso.
¿Qué descubriste en tu faceta de pintor?
Lo triste que estoy. Descubrí que le dediqué demasiado tiempo a que otros hagan realidad sus sueños. En publicidad pocas veces el creativo se lleva la gloria, eso se lo lleva la marca o los modelos. Y no me mal entiendas, no es que me faltaba más reconocimiento para mí, sino que estaba satisfaciendo las necesidades de otros. No me estaba mostrando a mí mismo.
¿Qué cuenta tu arte?
Realidades incómodas. Como la de una persona sumergida, prácticamente ahogándose y desesperada por alcanzar unas gotas de rivotril. Personas que no encuentran razones para levantarse de la cama. Mi obra está bajo el agua para referirse al ahogo, o con poco aire para mostrar asfixia. También hay un autoretrato. Soy yo empacado al vacío.
También encuentro algunos garabatos, como los dibujos de un niño, ¿a qué se refieren?
A mi resistencia a crecer y ser adulto. Es mi nostalgia por la infancia, por esa edad en la que otros deciden por ti. Mi vida profesional comenzó muy pronto, tenía solo 16 años, hay momentos en que solo quieres dejarte llevar. Nada más reconfortante que un frasco de shampoo que dice “no más lágrimas”. Toda la obra es un reflejo de mi ansiedad.
Hay un cuadro que muestra como un centenar de hombres azules, ¿es la humanidad?
Son los multiversos de Saúl Endara. Si te fijas bien hay un Saúl diablo, otro ángel, uno que es Batman, otro que es Drácula, uno que es un minotauro, otro que es un fantasma… Hay que pensar que cada persona tiene un rostro o una apariencia física, pero por dentro hay varias capas que ir descubriendo. En esta época digital, efímera, el avatar es una cosa, pero el interior es completamente distinto. Es momento de que dejemos de juzgar por el avatar y que busquemos el contenido.