Por Lorena Ballesteros
Stylist y diseñador: Steven Álvarez
Fotografía: Zoila Molina

Carla Romero Zunino crea porque lo necesita. Crea para entenderse, para soltar lo que lleva dentro, para escapar del ruido de su propia mente. También lo hace para mirar el mundo desde otro ángulo y devolverlo transformado en formas, colores y texturas. Desde el primer momento en que conversamos, su sensibilidad se hace evidente. Habla con calma, pero con una emoción que se asoma en la mirada, sobre todo cuando recuerda pasajes de su vida.

Se le iluminan los ojos al contar que comenzó a dibujar desde niña. Esos primeros trazos la llevaron, años más tarde, a pasar horas enteras pintando en su pequeño departamento de Miami, en el que reside actualmente y que comparte con otras dos compañeras. Es su espacio para explorar y crecer.

Carla Romero - Revista CLAVE! Bienes Raíces Ecuador

Carla proviene de una familia muy conservadora. Creció en un entorno donde las expectativas para hombres y mujeres eran distintas. Pero ella rompió esas barreras. Se fue de casa a los 18 años, decidida a construir una vida a su manera. Se mudó a Chicago para estudiar Relaciones Públicas con una mención en arte. Hoy, a los 25, vive en Miami, trabaja en una agencia de marketing y cursa una maestría en marketing strategy.

Sus días son acelerados, y sus noches, largas. Se desvela entre lienzos, óleos, pasteles y acrílicos, dándole forma a todo eso que lleva dentro. Comenzó a pintar abstracto por pasión, escuchando a sus voces internas, pero sin intención de lucrar del arte. Pintaba para sí misma.

Su trabajo ya ha sido exhibido en espacios de renombre. Participó en la Art Basel Week, donde no solo presentó sus cuadros en una galería, sino que también hizo una muestra en vivo, pintando directamente sobre el lienzo con acrílicos. Ha formado parte de The Wardrobe Experience y sus obras se exhibieron en el Miami Gale Hotel & Residences.

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Si bien la sociedad de Miami le ha resultado compleja y en cierta medida le recuerda a su ciudad natal, allí puede ser quien quiere sin importar el qué dirán. Es un lugar en dónde nadie la conoce o que le abre puertas por los contactos de su familia. Su nombre es suyo, su arte también.

En 2020, ya se había atrevido a crear como forma de emprendimiento. Lanzó una marca de ropa upcycling, una propuesta con conciencia, en la que transformaba prendas desechadas en piezas nuevas. Diseñaba y cosía jeans ella misma, a mano, uno por uno.

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Carla es eso: una mezcla entre fuerza y ternura. Una mujer que traza su propio camino con decisión, pero guiada siempre por lo que siente. Su creatividad no responde a las exigencias de los demás, sino a los diálogos que entabla con ella misma. Nunca hace un boceto de lo que va a pintar, pero le cuesta quedar satisfecha con su trabajo, siempre se exige más.

Es perfeccionista hasta la médula. Aunque esa exigencia la determina, su arte es expresivo. Lo define como un abrazo para quien lo necesite.

¿Cómo se definió tu rumbo artístico?
Desde los cinco o seis años ya exhibía mis dibujos. Siempre he sido muy creativa, y solía quejarme de que era buena en muchas cosas, pero excelente en ninguna. Pintaba, tocaba el piano, me encantaba cantar, tocar la guitarra, hacer esculturas…

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Con ese talento, ¿por qué no apostaste por una carrera exclusivamente enfocada en el arte?
Vengo de un entorno muy conservador. La decisión de estudiar la universidad en el extranjero ya fue algo disruptivo para mi familia. Soy la primera hija mujer, la primera nieta mujer. Me cuestionaban por qué quería irme si podía quedarme en Guayaquil. Para reafirmarme, escogí una carrera que pudiera servirme en cualquier camino profesional que decidiera tomar después. Pero lo complementé con un minor en arte.

¿Finalmente tu familia te dejó volar?
Toda mi familia me apoya mucho en mi trabajo actual y en mi pasión, aunque para ellos sea algo diferente porque no está en la línea de las actividades familiares. La carrera la estudié en Loyola, en Chicago, una universidad jesuita, católica, muy enfocada en negocios, emprendimiento y algo de marketing. Elegí un minor en arte porque en las otras clases no había nada de creatividad. Necesitaba explorar y potenciar ese lado mío. Tuve clases de joyería, diseñaba piezas y fundía metales; también carpintería, escultura, pintura, diseño, fotografía… Recuerdo que, en esta última clase, todos entregaron una sola foto como trabajo final. Yo decidí hacer un vestido e imprimir mis fotografías con la técnica del cyanotype para aplicarlas al textil.

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Tu obra se ha expuesto en Miami. ¿Cómo lo conseguiste?
Hace dos años pasé por una etapa de muchos cambios: me mudé de ciudad, llegué a un nuevo departamento donde no conocía a mis roomies. Me sostuve con pódcasts, libros de autoayuda y meditaciones. Fue entonces cuando empecé a pintar. Colgaba los cuadros en la casa y la gente que venía me decía: “lo quiero”. No los vendía, los regalaba. Mi arte se movió solo, habló por sí mismo. Un contacto llevó a otro, hasta que surgió la oportunidad de exhibirlos ante un público más amplio.

¿Qué te llevó a escoger el arte abstracto como forma de expresión?
Cuando vivía en Chicago solía visitar el Art Institute y me encantaba Kandinsky. Su obra me inspiraba profundamente. También soy seguidora de Dalí y del surrealismo, así que lo mío terminó siendo una mezcla de ambas corrientes: el arte abstracto y el surrealismo. En este estilo puedo hacer y decir lo que quiera. A Frida Kahlo la estudié mucho y me identifiqué con su obra. Soy una persona muy empática y sensible, y como ella, aprendí a expresar mis emociones a través del arte, a comunicar a mi manera lo que llevo dentro.

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¿De qué manera se cruzan, o se diferencian, tu vida personal y tu vida artística?
Soy capaz de esconder y controlar mis emociones. En lo personal, he sabido ponerme una careta cuando ha hecho falta. Y en un momento sentí que estaba haciendo lo mismo con mi arte. Pintaba con tonos rosados, naranjas, recibía muchos elogios pero yo sabía que por dentro no me sentía así. Desde entonces, decidí no ocultarme más: ahora mi arte refleja exactamente cómo estoy. Ya no escondo nada.

¿Te costó reconocerte como artista?
Mucho. Al principio decía: “me gusta pintar”, pero no me atrevía a decir “soy artista”. No me lo creía. Hasta que un curador de arte en Miami me lo dijo. Me acerqué a él y le mostré mi portafolio. Él pensó que sería como tantas otras veces, una persona más que le dice que pinta y que valore su trabajo. Pero cuando vio el mío, me pidió que se lo enseñara en persona. Lo llevé a mi casa, y ahí empezó a cambiar mi percepción de mí misma.

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Tienes un trabajo, estudias una maestría, ¿con qué frecuencia pintas?
Procuro pintar todas las semanas. Tengo mis propias batallas emocionales y mentales, pinto cuando realmente lo necesito. Cuando me conecto con ese impulso puedo perderme en la pintura por siete horas seguidas. Es como una urgencia, una necesidad urgente.

Tienes una necesidad constante de crear. ¿Cómo funcionan tus procesos creativos?
Hay gente cercana que dice: “ahorita está en su etapa de diseñadora de moda” o “ahora está en la de pintora”. Es que no soy una persona consumidora, soy una creadora. No puedo estar quieta. No te sorprendas si más adelante me ves en una etapa de escultora.

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El arte es tu forma de resistencia. Ahora que vendes tu obra, ¿cómo enfrentas la tensión entre lo personal y lo comercial?
Ha sido muy difícil, porque cada persona que ve mis cuadros tiene una opinión: “esto me gusta”, “esto no tanto”. El mercado tiene tendencias que también invaden los procesos artísticos. Y te cae el peso de preguntarte si lo que haces va a gustar. Pero cuando me golpea una inspiración real, sobre todo con los colores, puedo terminar una obra en 36 horas, con la certeza de que está lista. En esos momentos no me juzgo.

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¿Crees que el artista es un ser atormentado?
Sí. Me gustaría decirte que no, pero sí. Te cuento una anécdota: cuando empecé a pintar, compré un cuadro grande en Marshalls, lo cubrí con pintura y creé algo completamente nuevo. Cuando terminé, vino un amigo fotógrafo a casa, lo vio y me dijo: “no puedo mirar ese cuadro, me dan ganas de llorar, me da miedo”. Mi arte se siente. Expresa emociones profundas. Yo espero que la gente lo reciba como un abrazo.