Roberto Burneo 

CUMBAYÁ

 

Por: Ana María Durán Calisto

Julio 2015 – Agosto 2015

 

Foto de obra: Roberto Burneo

  Cuéntanos un poco sobre tu bagaje

Soy el séptimo de siete hermanos y soy siete años menor que el sexto. Mi familia paterna es lojana y enorme. Pasaba las vacaciones en la hacienda con planta eléctrica de mis abuelos; entre ríos, árboles y montañas; a 20 Km en burro o caballo desde donde te dejaba el carro. Esto ha marcado mi visión del mundo. Mi padre era un ingeniero civil que construía caminos y carreteras; amante de la naturaleza; y amante de la vida en familia. Porque hacía caminos, tenía que caminar mi padre, y nos llevaba a todos. Íbamos con él, acampando por ese Ecuador sin carreteras. Mamá pintaba y papá dibujaba muebles. Ella era la constructora de casas y él uno de aquellos ingenieros-arquitectos que graduaba la Universidad Central. En Quito, crecí en El Inca. En esa época casi no había casas en el sector. A lo largo de mi vida he visto producirse esta ciudad. En la juventud la recorría en bicicleta, entre construcciones y árboles.

 

¿Cuándo decidiste ser arquitecto?

Cuando terminé el colegio no tenía claro qué quería estudiar. Crecí rodeado de ingenieros. Estudié un se-mestre en la Politécnica, pero me di cuenta de que eso no era para mí. Me inscribí en filosofía en la Universidad Católica. Luego me fui seis meses a viajar por Euro-pa. Cuando regresé, mi hermana estaba coordinando los viajes a Galápagos de los arquitectos invitados a la Bienal de Arquitectura de Quito. Sobraba un cupo en el tour. Lo tomé yo. Conversando con ellos me di cuenta de que la arquitectura me atraía y me regis-tré en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central. Mientras estudiaba solicité una beca del Centro de Estudios Brasileños. La obtuve y arranqué desde cero en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Federal de Paraiba (UFPB), al lado de Recife, en Pernambuco. Estuve allí cinco años y cuando regresé a Ecuador, título en mano, comencé mi carrera trabajando con Rafael Vélez Calisto. Colaboraba con él y hacía mis propios proyectos. Pude desarrollar una buena cartera de clientes; sin embargo, en el 98 decidí irme a EEUU.

 

¿Y ese giro, por qué?

Un buen amigo mío, el arquitecto Andrés Núñez, estaba cursando su maestría en el Pratt Institute de Nueva York. Me tentó. Me inscribí en un curso que duraba tres meses; llevé portafolio y CV listos; y me puse a buscar trabajo. En ese entonces no sabía usar AutoCad y mi inglés técnico era básico.

 

¿Dónde conseguiste trabajo?

Estuve 5 años en FZAD Architecture and Design. La curva de aprendizaje fue sumamente positiva: aprendí a pensar en otro lenguaje, en otro sistema de dimensio-nes, en términos digitales. Colaborábamos con varios estudios europeos que desarrollaban el diseño para tiendas como Max Mara, Marina Rinaldi, Furla, Cho-pard y Armani. A menudo recibía planos con un nivel de detalle que nunca antes había visto. Manejábamos los aspectos técnicos y administrativos del diseño. Teníamos que garantizar una construcción perfecta. El profesionalismo era la norma a todo nivel. Tuve que estudiar las ordenanzas y conocer hasta su más insignificante detalle. Aprobar un proyecto en Chicago fue mi bautizo. La exigencia en el trabajo era inimagi-nable. Trabajé largas noches de lunes a viernes y fines de semana, pero adquirí experiencia en una buena escuela. En esos años también me casé y tuve dos hijos. Mi esposa, una diseñadora de modas graduada del Fashion Institute of Technology de Nueva York, tuvo que renunciar al trabajo cuando nació nuestro segundo hijo. Yo casi no los veía. Terminé mi relación laboral con Fred Zonsius y comenzamos a programar el regreso a Quito cuando me contactó un reclutador para proponerme que trabajara free lance para Robert Stern. Decidí aceptar el reto. Un mes después me propusieron quedarme más tiempo con ellos y acepté. Stern maneja un lenguaje arquitectónico muy distinto del mío, pero la experiencia fue fuera de serie: el nivel de profesionalismo, de seriedad, y el tipo de proyecto que se manejaba en la oficina… Más allá del shingle house con el cual se lo asocia superficialmente, lo que encontré fue un estudio espectacular con un trato al cliente sumamente serio. Stern trabaja con promotores de bienes raíces de la talla de Zeckendorf Development y en proyectos como Central Park West. Stern, Decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Yale por cuatro períodos consecutivos, es un hombre de negocios brillante. Aprendí mucho de él; de la ar-quitectura como servicio, como emprendimiento; y del respeto al oficio del arquitecto.

 

¿Qué ocurrió luego?

La arquitectura es una práctica que exige tiempo: levantar una cartera de clientes, construir una reputación, una credibilidad. Hay que tener mucho coraje para moverse tanto a riesgo de no establecerse nunca. Fue duro co-menzar desde cero, no te lo voy a negar. Por moverme sacrifiqué mi vida financiera. Allá fue difícil ahorrar e invertir. En Quito ya tenía una cartera de clientes. Volví al país en noviembre de 2009. Mi esposa, Marisol, re-gresó antes. Pero si miro mi vida en retrospectiva, sé que no sería el mismo arquitecto ni la misma persona sin esas experiencias de viaje. Además, valoramos mucho la posibilidad de que nuestros hijos crezcan en un entorno familiar. Esos diez años de crecimiento no los cambio por nada. Fueron mi escuela de vida, la más importante. De hecho, extraño el nivel del trabajo, pero no el sacrificio familiar. No me arrepiento de haberme ido, tampoco de haber regresado.

¿Cómo te abriste paso al regresar?

Empecé a buscar trabajo. Se presentó la oportunidad de hacer una cabaña para Mashpi Lodge. El proyecto era de pequeña escala. Lo trabajé al detalle, con la misma rigurosidad que aplicaría a cualquier proyecto. Otro mundo que se me abrió por primera vez fue el de la docencia. Venía con ganas de involucrarme en la educación; contribuir a generar una formación téc-nica, seria; transmitir e instilar un profesionalismo en los estudiantes. Diego Oleas, entonces Decano del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ, me abrió las puertas.

Es innegable que existe un componente creativo, artístico, en nuestro oficio; pero ante todo, es rigurosidad y profesionalismo

 

¿Y cuál es tu estilo como profesor?

Manejo mis talleres de diseño como si estuviera en una oficina. Presto mucha atención a los detalles; a la documentación de un proceso de diseño ordenado y aglutinante: el resultado tiene que proceder de una cierta calidad en el proceso. Mis estudiantes arman un portafolio y estructuran sus presentaciones orales e impresas. Insisto en esto porque estoy convencido de que en Ecuador hay que mejorar el nivel profesional de nuestro oficio y, aunque se respeta más que hace quince años, los arquitectos tenemos que aprender a hacernos respetar más aún. En EEUU se reforzó mi convicción de que la arquitectura es una profesión y tiene que ser manejada profesionalmente. La bo-hemia está bien, pero la arquitectura exige el rigor y la disciplina de una profesión. No creo en eso de la genialidad del arquitecto cuyas ideas se plasman en bosquejos de servilleta, sin esfuerzo. Es innegable que existe un componente creativo, artístico, en nuestro oficio; pero tiene que ir de la mano con una práctica rigurosa y profesional.

¿Cómo manejas tu relación con los clientes?

Trato de involucrar al cliente lo más que puedo en el proceso de diseño y construcción. Con ello viene ese diálogo encaminado a “educar al cliente”, no en el sentido prepotente de pretender que estás en un nivel más elevado; sino con el fin de establecer que en esa área específica del quehacer humano tienes más conocimiento y experiencia acumulada. Hacer una casa, por ejemplo, es un sueño de vida, una inspiración para quien la habitará y quien la diseñará. Por eso es importante mantener involucrado al cliente, pero dejando claro que el arquitecto sabe lo que está haciendo. La relación arquitecto-cliente es una negociación continua.

 

 

¿Qué te caracteriza como arquitecto?

Para mí diseñar es investigar, procesar, documentar… Hay que saber qué se va a hacer desde un punto de vista técnico y creativo. Mis dibujos son híper detallados. Detallo todo. También me hace quien soy la recurrencia de algunos temas. Me gusta compenetrarme con el material, el sistema constructivo, el espacio, la luz, el cliente y el contexto. Ahora estoy leyendo los tex-tos de Peter Zumthor y Juhani Pallasmaa; mirando la obra de Steven Holl, Álvaro Siza, Carlo Scarpa, Adolf Loos, Le Corbusier, Alvar Aalto y Luis Barragán, que son referentes recurrentes en mi arquitectura. Me interesa esa visión desde la fenomenología, desde la tectónica, desde el elemento arquitectónico. Cada paso es crítico: cómo emplazar, cómo sacar provecho del terreno -entendiendo que está en una orientación-, cómo interpretar los deseos del cliente. Si no hay un buen cliente no hay un buen proyecto, y un buen cliente tiene, generalmente, una mente abierta.

¿Qué obras has construido en Ecuador desde que regresaste, aparte de la cabaña de Mashpi Lodge?

Estoy desarrollando un proyecto comercial. Me siento cómodo con diversas tipologías, escalas y ubicaciones. Hice una casa en La Armenia, sencilla. Otra casa en el Chiche, con estructura de puente: la piscina se descuel-ga. También residencias de mayor escala en las que he podido explorar algunos de los temas que me interesan, la Casa NR2, la Casa BB1. Ambas han sido publicadas internacionalmente. Diseño muebles. Me encanta todo lo que va más allá de la construcción: la iluminación, las lámparas, los tejidos, las texturas… Soy un coleccionista de muebles. Tengo piezas de Hans Wegner, Finn Juhl, Arne Vodder, Achille Castiglioni, Ingo Maurer, Antonio Citterio, Le Corbusier de Cassina, Carlo Mollino, Serge Mouille… Cada objeto tiene su historia. Los busco en Craigslist. Cuando los encuentro, termino conociendo lugares insospechados, como un pueblito por el río Hud-son, o en anticuarios remotos de muebles modernistas, o en tiendas especializadas de Brooklyn y Manhattan.

 

¿Cómo te relacionas con el paisaje?

Haciendo arquitectura que se integre en la naturaleza. La naturaleza es la protagonista.

¿Cómo pueden manejarse los recursos a través de la arquitectura?

Yo trato de que el diseño sea el recurso principal en el cual se invierte. Qué quiero decir: prefiero gastar en diseñar un muro de hormigón visto, en elementos de metal, o contar con piezas estructurales de madera, que pagar por una grifería importada. El diseño es el recurso que le da valor al material. Admito que los míos no son los mejores recursos para una arquitectura en serie. Además del espacio, el diseño es el valor que tiene la arquitectura; es el valor de los materiales que se potencia sacándoles el máximo partido a través de la técnica, el arte y la cultura. El diseño es valor agregado y por eso vale la pena invertir en él. C!