
Una mañana despejada, de cielos azules y paisajes únicos, acompañó nuestro viaje de Quito a Riobamba. Las vistas del entorno serrano extendiéndose como un lienzo de montañas, nevados y valles bañados por el sol, eran la antesala de nuestra cita con Daniel Rivas Mariño y su esposa, Vivian Salas Valverde, para conocer una casa patrimoniada en la que funciona una de las pocas boticas que quedan en el país.

Si bien estábamos inciertos ante lo que el día depararía, algo nos decía que íbamos a descubrir más de lo que mostraba el horizonte. Y así fue. Nos topamos con la magia viva de una historia familiar encarnada en Botica Bristol, y una casa patrimonial que susurra relatos de un pasado político y social profundo.
Allí, entre muros de tierra y antiguos mosaicos en los pisos, conocimos a una familia encantadora, de esas que conservan las tradiciones con orgullo y desbordan genuino calor de hogar. Botica Bristol es un lugar donde se preparan medicamentos siguiendo recetas médicas precisas, y es, a la par, un refugio de memorias y afectos.

Daniel Rivas Mariño
Vivian y Daniel abrazan un legado centenario que los impulsa a sembrar la esperanza de un futuro que honra cercanía humana, confianza y ética.
¿Cómo nació Botica Bristol y cuál fue su propósito original?
Todo empezó con mi abuelo, el Dr. Julio César Rivas, quien se graduó como químico farmacéutico en 1930. Su sueño era claro: ayudar a la gente y servir a través de la medicina. Él era un hombre de filosofía humanística. En esa época no existían los medicamentos en caja como hoy los conocemos, las marcas no eran lo importante, el contenido lo era. Se practicaba un sistema mucho más humano, en el que el médico de cabecera visitaba a la familia, evaluaba el entorno en el que vivía, entendía las causas de la enfermedad y prescribía al boticario, que preparaba el medicamento según la receta exacta.

¿Qué significaba ser boticario en esa época?
El boticario era más que un fabricante de medicamentos: era parte del proceso de sanación. Mezclaba dosis precisas, personalizadas, y preparaba el tratamiento con conocimiento, sensibilidad y respeto. Mi abuela Blanca Luisa, doña Luchita, como la conocían todos, atendía con una calidez que trascendía las diferencias raciales, religiosas o sociales. Recibía a todos con el mismo cariño. El medicamento se entregaba incluso si no lo podían pagar en ese momento, porque lo importante era sanar.

Vivian Salas Valverde
¿Usted quiso seguir ese camino?
No, para mí era un negocio muy sacrificado, no había feriados ni horarios. Atendían de madrugada si alguien tocaba la puerta y tenía fiebre. Esa fue la razón por la que durante muchos años rechacé la idea de seguir este camino. Me fui, salí del país a estudiar una carrera que nada tenía que ver con el negocio familiar, pero un día en 2010 tuve una experiencia que cambió mi vida. Una señora muy humilde me contó que gracias a nuestra botica pudo curarse por una fracción del precio que pagaba por su tratamiento anterior, y que con ese ahorro por fin pudo comprarles un helado a sus nietos. Me tocó el alma, entendí que este negocio no era solo sobre medicina, sino sobre impacto humano. Este fue el punto de quiebre que me llevó a decidir regresar al país.

¿Cómo ha evolucionado la botica desde que usted asumió la dirección?
Decidí tomar el relevo de mi padre, pero no sin antes entender qué había aquí. Empecé por hablar con cada colaborador, identificar unidades de negocio y aplicar ingeniería financiera y estratégica en la operación. Hice un plan de negocio que lo he seguido al pie de la letra. Hoy no tenemos deudas, operamos con liquidez propia, y hemos alcanzado estándares internacionales que nos permiten competir sin bajar la calidad ni impactar en el precio de los productos.

¿En qué se diferencia una botica de una farmacia convencional?
La botica formula, prepara cada producto como un traje a la medida para el usuario, no vende marca. Si traes tu receta te preparamos un medicamento solo para ti, con la dosis exacta que el médico prescribió, la personalizamos según alergias, sabores, todo con precisión, y la guardamos por si la vuelves a necesitar. Si bien este proceso puede sonar muy artesanal, porque lo es, lo realizamos bajo estrictos estándares industriales, con balanzas calibradas internacionalmente, frascos esterilizados y procedimientos auditados. No hacemos medicamentos en masa, hacemos salud a medida.
¿Este modelo conlleva implícito un compromiso ético?
Creemos que la salud debe ser accesible. Si un ibuprofeno puede costar cinco centavos, ¿por qué alguien debería pagar 50 centavos o un dólar? Nosotros no jugamos a la guerra de precios con las grandes cadenas de farmacias, lo nuestro es competir por servicio y calidad, teniendo a la conciencia humana como principal pilar de nuestra actividad.

¿Con tecnología e innovación acorde a estos tiempos?
La ley te dice qué hacer, pero no cómo hacerlo. Y ahí es donde nosotros innovamos. Aplicamos soluciones tecnológicas, estandarizamos procesos, tenemos certificaciones internacionales, y lo hicimos todo sin comprometer el valor patrimonial del edificio que alberga a Botica Bristol, ubicado en pleno corazón de Riobamba. Por ejemplo, el laboratorio funciona donde hace casi 100 años eran la caballerizas de la casa, pero cumplimos con los requisitos del Ministerio de Salud sin alterar los muros de tierra originales, recubriéndolos con un producto que permite lavado y esterilización diaria. Buscamos inspiración en un restaurante con estrella Michelin, que funciona en una construcción muy antigua, para resolver problemas de conservación. La creatividad y la innovación son nuestros grandes aliados.

¿Cómo se han sostenido frente a un mercado dominado por multinacionales?
Lo logramos creando una distribuidora que no les vende a las grandes cadenas sino a las pequeñas farmacias, permitiéndoles acceder a buenos precios. Además, atendemos a clientes finales a nivel nacional directamente desde nuestra página web y/o redes sociales. Todos los días hacemos envíos a todo el país. Así generamos liquidez para invertir en nuestros propios procesos sin depender de crédito bancario. Creamos un ecosistema de salud ética y autosostenible, que fortalece a los pequeños y beneficia a los clientes.

Cuénteme sobre la casa patrimonial donde funciona la botica
La casa es parte de la historia familiar y política del país. Mis abuelos maternos mantuvieron una relación fuerte con la vivienda. El Dr. Gualberto Mariño Ramos, mi abuelo, fue médico, alcalde, gobernador y prefecto. Le decían “el caballero de Riobamba” porque nunca se le pegó un centavo que no fuera ganado con el sudor de su frente. Mi abuela, Leonor Corella, fue una luchadora social: organizó un paro en los años 70 por los derechos de la mujer y fue encarcelada por algunas horas por eso. Cada rincón de esta casa respira historia. Incluso el cinco veces presidente, Don José María Velasco Ibarra, pronunció desde uno de estos balcones su famosa frase: “dadme un balcón y seré presidente”, ante la multitud que lo escuchaba en el Parque Sucre.
¿Qué hay en el futuro para Botica Bristol?
Seguir siendo un modelo único. Somos una de las cinco boticas que sobreviven en el país, y la única con certificaciones internacionales en buenas prácticas de manufactura, almacenamiento, distribución y transporte de productos. Queremos seguir cambiando vidas, una fórmula a la vez. No somos una marca multinacional, somos una historia viva que cura con conocimiento, sana con dedicación y respeto al legado que recibimos.

