Por Lorena Ballesteros
Si Andrea Cordovez no fuera arquitecta, seguramente sería chef. Así como disfruta dibujar, bocetar y dar vida a proyectos residenciales, también goza de preparar recetas nuevas, cocinar para sus dos hijas y reunirse con amigas para crear mesas temáticas y recorrer el mundo a través de los sabores. Porque en la gastronomía, además de rigurosidad y buena sazón, intervienen otros elementos, como los detalles y la presentación de los platos, capaces de transmitir distintas emociones a los comensales.
Andrea tiene la habilidad de lucirse tanto en la cocina como en la arquitectura. No se convirtió en chef porque, a los 12 años, o quizá un poco después, comenzó a fascinarse con los planos que cargaba su tío Clemente Durán-Ballén, reconocido por sus proyectos en Guayaquil y Samborondón. Su portafolio incluye un amplio número de obras residenciales e hitos como el Hospital de Niños Dr. Roberto Gilbert, el Hospital Gineco-Obstétrico Alfredo G. Paulson, la remodelación de la terminal terrestre de Guayaquil y el trazado de centros comerciales como Village Plaza y Plaza Navona.

Por eso, cuando los padres de Andrea decidieron construir su casa, fue su tío quien estuvo a cargo del diseño. Los visitaba con frecuencia para mostrarles los avances del proyecto y, desde esa edad, Andrea aprendió no solo a leer planos, sino sobre todo a comprenderlos. Para ella no resultaba complicado visualizar lo que su tío proponía y, desde entonces, ya proyectaba la casa de sus sueños.
La inspiración de su tío se conjugó con un viaje que hizo junto a su abuela a Nueva York. Apenas puso un pie en las calles de la Gran Manzana, se enamoró. Pensó que, una vez graduada del colegio, esa debía ser la ciudad donde estudiaría. Andrea es perfeccionista, detallista y muy enfocada. Revisó universidades y, decidida por la carrera de arquitectura, encontró en la lista de las mejores de Estados Unidos al Pratt Institute. Aplicó y fue admitida. Pratt está considerada una de las principales escuelas de arte y diseño del mundo. Entrar en sus programas no es poca cosa. Pero para Andrea no existen barreras a sus metas.
La experiencia obtenida durante sus años de estudio es, para ella, invaluable. Recuerda que en una de sus clases tuvo que diseñar una nave espacial para una misión a Marte. Para lograr el nivel de detalle que se requería, el curso viajó a Houston, nada menos que a la NASA. “Si vas a diseñar algo, debes tener todo el contexto”, afirma. Esa experiencia es una de las credenciales que más le aporta: la capacidad de entender concepto, función y propósito en cada proyecto.

En uno de los estudios de diseño de su pensum universitario tuvo un profesor argentino que los impulsaba a trabajar en proyectos personales en distintos países. A su clase le correspondió Brasil, y Andrea viajó a Río de Janeiro, São Paulo y Brasilia. Recorrió sus íconos arquitectónicos, entendió la cultura, la forma de vida y el estilo de sus ciudades. Esa experiencia le permitió nutrirse de la fuente misma para comprender cómo desarrollar un proyecto en un contexto determinado.
Son precisamente esas herramientas de diseño arquitectónico las que enseñan a no replicar un modelo propio, a no repetirse, sino a conjugarse con el entorno y crear en armonía con él.
De sus años en Nueva York le queda la huella del Metropolitan Museum of Art, un lugar que visitaba con tanta frecuencia que llegó a sentirlo como una extensión de su casa y de la universidad. El arte la conmueve y ha sabido darle capacidad de contemplación.

También permanecen impregnados en su memoria otros escenarios: las calles, los edificios, las cafeterías. “Allá todo tiene un concepto de diseño, hasta el lugar en el que comías el brunch los domingos”, recuerda.
Una vez terminada su carrera consiguió una pasantía en una firma de paisajismo en Miami. Permaneció allí un año; quizá habría prolongado su estadía, pero los asuntos del corazón la llamaban. Su novio (hoy su esposo) le pidió matrimonio y Andrea regresó a Guayaquil.
De vuelta en su tierra natal, Andrea se incorporó a Jannina Cabal Arquitectos, donde trabajó durante un año. Dejó el paisajismo para transitar el camino que marcaría el rumbo de su carrera: el diseño residencial. De Jannina aprendió no solo sobre arquitectura y diseño, sino también sobre la importancia del trabajo en equipo. Ese período le permitió foguearse en el mercado guayaquileño. Y como la maternidad era una de sus metas, decidió emprender para equilibrar ambos roles: arquitecta y madre.

Estudio Cordovez arrancó antes de la pandemia. La primera casa que diseñó fue tan significativa como el nacimiento de su primera hija: se estrenó en la maternidad por partida doble. En su marca se perciben elementos afines a la tendencia japandi, que, aunque inspirada en el minimalismo japonés, se apoya en la funcionalidad y calidez del estilo escandinavo. Andrea no gusta de los espacios recargados; apuesta por la madera, los detalles en negro, y, sobre todo, se arriesga a conjugar e integrar ambientes para facilitar las dinámicas del hogar.
Su propia casa es su mejor carta de presentación. Aunque a Andrea no le gusta usar la palabra “auténtica”, pues piensa que puede sonar pretenciosa, no hay mejor calificativo para describir algo que ha sido absolutamente su creación. Cuando diseña para sus clientes, si bien respeta las líneas de su estilo, siempre incorpora la influencia, gustos y preferencias de cada cliente; así sus proyectos se construyen como un resultado compartido. Pero su casa fue su lienzo en blanco: un espacio que integra y propone dinámicas familiares y sociales y que transmite quién es como arquitecta, incluso como persona.

En su residencia, la cocina es el director de orquesta: el espacio que vela por los demás. “En mi casa estoy cocinando mientras observo lo que sucede en el bar, el comedor, el patio, y veo a mis hijas en la piscina”, confiesa. Es su lugar de paz, donde quiere refugiarse los fines de semana, jugando a hacer picnics en el patio y disfrutando del sol de la mañana o la tarde. Los ventanales permiten que su gran cuadro sea la naturaleza: el verde de su jardín.
Andrea asegura que la arquitectura contemporánea en Ecuador, especialmente la de los arquitectos más jóvenes, ha debido adaptarse a nuevas dinámicas. “Quizás con la pandemia las familias se volvieron más conscientes del espacio en el que viven; pasan más tiempo en sus casas”, afirma, y añade que esto determina el diseño. También señala un cambio en los terrenos: “las urbanizaciones más antiguas en Samborondón tenían terrenos muy grandes, ahora, en 500m2 hay que ser más creativo. No sacrificar ni diseño ni funcionalidad”.

La guayaquileña prioriza las necesidades de sus clientes, pero se permite impregnar su estilo. En el portafolio de Instagram de Estudio Cordovez se puede apreciar su esencia: líneas rectas, fachadas con ventanales, madera, formas rectangulares horizontales y verticales. La luz natural juega un rol importante, también el porcelanato para los acabados de pisos. Sus creaciones dialogan entre lo clásico y lo moderno, manteniendo ese tono escandinavo que da calidez y neutralidad a los espacios.
Como se mencionó al inicio, Andrea combina la arquitectura con la gastronomía. No es que se dedique a esa actividad de manera profesional, pero es su principal pasatiempo. Es ella quien toma el mando de la cocina durante los fines de semana: pasta from scratch, galletas y recetas internacionales que prepara en compañía de sus hijas. Además, las cenas que sostiene con sus amigas, unidas por el amor a la cocina, se han convertido en eventos temáticos que bien podrían ser profesionales. Si lo dudan, pasen por su cuenta de Instagram, donde además de deleitarse con obra arquitectónica podrán dejarse tentar por los platillos de las fotos.
Es así como equilibra su vida: con su trabajo, con su habilidad culinaria, con el amor de su familia. Confiada en que con la arquitectura brindará también equilibrio, paz y seguridad a sus clientes.
